27. Caída.

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Más de una hora después, seguía llorando y sufriendo, maldiciendo desconsolada. Ni fue capaz de levantarse del suelo.

—¡Maeda!—conteniendo un grito se arrastró hasta la puerta.

—S-Suré—murmuró enfermándose de preocupación por sus hermanos—¡Tienen que irse! La perra abuela de Vania...

—¡Ya sabemos! ¿Tú estás bien?—de nuevo se caía a pedazos. Vania se había cerrado a ella, no lo sentía... sólo un desolado vacío que acrecentaba su desespero. Era como haber habitado entre las nubes para después caer entre la miserable y sucia tierra.

—No quiero seguir intentándolo—chilló siendo honesta con ella misma—no quiero seguir, Suré.

Volvió a llorar en gemidos atroces. Lo justo, acababan de apuñalarla desde todas las direcciones, y estaba considerando dejarse morir.

—Me quedaré si no vas a defenderte más—murmuró Suré con voz reacia—¡Podemos salir de esta!

—Niño bobo—golpeó la puerta—¡Es una orden, vete!

—¡No si ya te derrotaron!—le gritó molesto—eres mi hermana, voy a pelear contra todos para cuidarte y a tu bebé.

Su amor fue un abrazo que fragmentó la oscuridad sobre Maeda.

—¿Por qué no puedes simplemente dejar que me rinda?—suplicó con las facciones contraídas.

—Nos rendimos cuando el aire no llegue a nuestros pulmones—lo oyó ahogar un quejido—tú nos lo enseñaste. Y si no peleas contra ellos, lo haré yo.

Maldito mocoso.

—¡No!—cerró los ojos, sabiendo lo terco que era, que no había tiempo, que era un pequeñín—e-está bien, váyanse, y así será más fácil para mí salir de esta.

—Si es mentira, voy a regresar, ¿Quieres eso?

—¡No miento!—dijo pasándose las manos por la cara y cabeza—si confías en que puedo, entonces puedo. Lleva a Drea a...

—No tenemos adónde ir.

—Al pueblo más cercano—qué dolor obligarlos a valerse por sí mismos—perdóname.

Cuando Suré se marchó, soltó una maldición porque no pudo seguir nadando entre el desconsuelo y la desesperación, sus hermanos dependían de ella. Si moría, Drea tendría que prostituirse, y el bueno de Suré; asesinar, robar... su carne lastimada no había acabado aún.

Pero hasta que cayó la noche consiguió calmarse.

La naturaleza de mi bebé nos protegió cómo pudo contra ese descomunal envenenamiento—pensó poniendo una sábana sobre el cadáver de Jael, organizando sus pensamientos tras la tormenta—esa lucha debe ser lo que está matándome, no mi hijo. Mi cuerpo enfermo pero vivo es la prueba.

—No debió acabar así, Jael. S-siento que no vayas a ver crecer a tu hijo—Maeda se pasó la mano la nariz, poniendo la frente en alto—pero te daré paz, lo juro.

Sin perder tiempo fue hasta su ropero para vestirse bajo la luz de las velas. Esa vieja verruga de chivo olvidó que Maeda había existido siendo apaleada por la vida; la humillación, la muerte y el dolor eran viejos conocidos que no iban a matarla ahora... aunque Vania hubiese creado una herida imborrable.

Se metió con lo único que me obligaría a atacarla—se puso ropa interior y el vestido más ligero que tenía—felicitaciones.

Ató su cabello en una trenza gruesa. Nadie, jamás, lastimaría a su hijo estando todavía dentro de ella.

AZUL ARDIENTE |Completa|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora