—Diez de los más leales guerreros la resguardarán aquí toda la noche—había dicho Jael luego de llevarle un banquete al anochecer y alguien que entablillara su dedo—sólo hoy se les permite a los soldados beber como recompensa, y aunque nuestro líder los ha disciplinado por años, han pasado por lunas sin el calor de un cuerpo tierno; usted corre más peligro que nunca. No intente salir, no haga nada indebido.
Como si después de tantas torturas quisiera moverse fuera de allí. Maeda aceptó encantada, y luego de que Jael improvisara un sostén para su brazo derecho, le dejara un banquete de comida y abandonara la tienda, las hermanas se lanzaron a comer rápida y salvajemente.
—Ya escuchaste, Drea—dijo con el corazón inmensamente feliz al estar comiendo tanto y tan delicioso—por favor, sé que no saldrías de aquí y menos esta noche, pero por si acaso... te daré una paliza si se te ocurre desobedecer.
—¡No soy tan tonta!—exclamó devorando un pernil de pollo.
Apenas acabaron, las dos se fueron a dormir.
Era otra vez aquella aldea, la gente moría a su alrededor, la sangre caía sobre ella, que corriendo fue empujada por alguien directo a una hoguera. Las llamas la rodearon mientras su carne se calcinaba.
Maeda despertó aterrorizada sintiendo a su cuerpo sudar violento al verse rodeada de oscuridad. Últimamente las pesadillas eran más regulares y vivas. Escuchando la algarabía de afuera, se tuvo que recordar que estaba en el campamento del ejército de Horia.
—Drea—se forzó a decir sin aliento, apartando las lágrimas al haber sentido algo tan monstruoso—Dre... Drea...
Pero nadie respondió. Maeda dejó de respirar.
—Drea, dime que no te has salido de la maldita tienda—masculló temblorosa, pero tampoco hubo respuesta. Cada parte de la mujer se llenó de una indudable furia y malestar.
¡No!
Se quitó las cobijas de encima mandando al sur todo su dolor físico y mental. El desespero se convirtió en un violento temblor cuando revisó el baúl y la mocosa no estaba.
¡¿Por qué era tan difícil para su hermana obedecer sólo una vez?! No se trataba de una situación ordinaria, ambas eran mujeres indefensas y débiles rodeadas de un ejército de reprimidas bestias asesinas. Maeda sufría con cada paso que daba y ahora debía buscarla.
¡¿Qué demonios, Drea?!
Su cuerpo dolía horrores, mientras, mordiéndose los labios, caminaba tambaleante hasta la entrada de la tienda. Al atravesarla se encontró con dos gigantes soldados a cada lado; le dieron una leve reverencia.
Frente a ella el campo abierto, que parecía interminable, estaba inundado de otras tiendas y antorchas que iluminaban la espesa negrura nocturna, soldados iban y venían; riendo, con jarras de cerveza o espadas. La fiesta ya había empezado.
Quiso llorar.
—¿Señora?—ignorándolos pasó entre ambos repitiéndose el nombre de su hermana, muy, muy atemorizada por su bienestar.
—¡Espere!
—¡No puede salir así!
¿Dónde estás?
—¡Tráiganla!—sintió una mano agarrándole el brazo izquierdo. Zafándose dio un grito de irritación y desespero. Al mirarlos, ya no eran dos hombres sino cinco, fortachones, musculosos.
Un pelirrojo de trenzas dio un paso hacia ella.
—Alteza, debe volver a la tienda ahora mismo.
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AZUL ARDIENTE |Completa|
RomansPara salvar a su pueblo de ser masacrado, Maeda es entregada a un hombre que acaricia con sangre y lleva muerte hasta en sus besos. Mientras suplanta a la difunta princesa para salvarse, ella tendrá que enfrentar el mundo sobrenatural y traicionero...