2- Tatuajes y cabello de fuego.

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       Tatuajes y cabello de fuego: Closer (Kings of Leon)

2- Tatuajes y cabello de fuego.

ERIK

La luz se colaba entre las persianas de mi habitación. Me giré, tumbado en la cama, intentando que el sol no incidiera justo en mis ojos, pero seguía molestándome una habitación tan luminosa.

—Joder… —susurré.

Quería seguir durmiendo, pero al parecer no iba a poder ser. En un último intento, me coloqué la almohada encima de la cabeza, pero la posición me pareció tan incómoda que finalmente me levanté de la cama.

Aún me parecía extraño despertarme en esa casa. Sólo hacía un par de semanas que había llegado a la ciudad, a casa de mis abuelos. Yo había vivido siempre en Washington, y ahora, de un día para otro, estaba en Phoenix.

Mil recuerdos de Washington vinieron a mi mente, pero, por mi bien, los eliminé rápidamente. Tendría que quedarme en esa soleada ciudad al menos unos años, hasta que reuniera el suficiente dinero para poder irme y comenzar de nuevo sin tener que arrepentirme por lo que había ocurrido en Washington: la razón por la que había acabado viviendo con mis abuelos.

Bajé por las escaleras hacia la cocina. Estaba en calzoncillos cuando abrí la puerta y me encontré a mi abuela. Pensé que se impresionaría al verme así y durante un segundo me planteé subir y ponerme el pijama, pero con ese calor, me parecía impensable que alguien quisiera llevar encima más ropa de la necesaria.

Para mi sorpresa, mi abuela no hizo ningún comentario y ni siquiera pareció escandalizada al observar la cantidad de tatuajes que recorrían mis hombros, mi pecho, brazos, espalda y mi pierna derecha entera.

Cada tatuaje simbolizaba una parte de mi pasado. Algunos me gustaría conservarlos, junto al recuerdo, y otros borrarlos con todo lo demás.

—Buenos días, cariño —saludó Margaret, mi abuela.

—Buenos días.

Me fui a preparar el desayuno, pero, extrañamente, mi abuela ya lo había hecho por mí. Con una sonrisa me dijo que me sentara y colocó sobre la mesa un plato de salchichas, beicon y huevos fritos. Yo comencé a picotear, no estaba demasiado hambriento.

—¿Cómo te está yendo el instituto? —preguntó tras un largo silencio.

Yo suspiré. No tenía ánimos para hablar de ese asqueroso agujero lleno de surfistas bronceados y chulos de playa.

—Muy bien, abuela.

—¿Has hecho amigos ya?

—Un montón —respondí bajando la voz.

Rápidamente apuré el plato y lo coloqué en el fregadero. Me jodía reconocerlo, pero tenía que volver al instituto de nuevo. Había ido el lunes y el martes, pero el miércoles y el jueves había decidido dar una vuelta por esa nueva ciudad. Pero ya era viernes y debería volver al instituto,  aunque intentara engañarme, debía graduarme y era mejor hacerlo ese año yendo a clase que no terminar de hacerlo nunca.

Tras darme una ducha de veinte minutos y no poder alargarlo más, terminé por agarrar mi mochila militar, las llaves de la camioneta que mi abuelo me había regalado al llegar a Phoenix, y salí por la puerta. Me esperaba otro día interesante.

***

Fui el primero en llegar a clase, al parecer había salido de casa demasiado pronto. Me senté en la primera fila, donde habitualmente solía sentarme porque todo lo demás estaba lleno y decidí ponerme a escuchar música. Seguramente aún faltaban más de diez minutos para que alguien más comenzara a llegar.

Escoria.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora