7- Un frío calabozo y un gélido adiós.

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             Un frío calabozo y un gélido adiós. With me (Sum 41)

7- Un frío calabozo y un gélido adiós.

Gina

A primera hora de la mañana de ese sábado aparecí en la comisaría.

No había pegado ojo en toda la noche, pensando en lo que había ocurrido. Odiaba a John como nunca pensé que podría llegar a hacerlo, y, por su culpa, Erik había tenido que pasar una noche en el calabozo.

Bueno, por culpa de John, pero también por la mía; Erik lo había hecho todo por defenderme.

Llegué al mostrador principal de la comisaría, tras el que se encontraba una policía rubia vestida con el uniforme.

—¿En qué puedo ayudarte?

Me aclaré la garganta.

—Vengo a buscar a Erik… Poltsky. Ha pasado toda la noche detenido.

La chica asintió con la cabeza y lo comprobó en su ordenador. Unos segundos después alzó la cabeza hacia mí de nuevo.

—Saldrá en unos minutos, puedes esperar allí —me señaló una pequeña sala de espera—. Allí hay otra mujer que también ha venido a buscar al mismo chico.

Cuando llegué a la sala de espera, sentada con aire ausente encontré a Margaret Poltsky, mi vecina, con la que siempre me había llevado bien y que era la abuela de Erik.

—Hola, señora Poltsky —saludé.

Ella alzó la vista, sin interés alguno, pero su rostro se iluminó tenuemente al verme allí. Sonrió todo lo que pudo al hacer amago de levantarse.

—No se levante, me sentaré con usted —dije.

—Gina, ¿qué haces aquí? —preguntó ella.

Yo me mordí el labio, no sabía muy bien cómo contestar.

—He venido a buscar a su nieto. Me sentía en la obligación de hacerlo, después de lo que sucedió anoche.

La anciana abrió mucho los ojos. En su piel adiviné ojeras, seguro que también ella había pasado una mala noche pensando en Erik estando allí.
Yo ni siquiera había querido mirarme  a mí misma en un espejo tras las lágrimas derramadas por la noche al llegar a mi habitación, seguro que tenía cara de narcotraficante.

—¿Tú también estabas allí? Ay, Dios mío. Sólo sé que ha sido una pelea, yo… yo creía que Erik había cambiado, ¡ni siquiera conocía a mucha gente en la ciudad aún!

La señora Poltsky se lamentó, y yo me sentí aún más culpable. Decidí no pensar en aquel momento en ese “había cambiado”, y me centré aún más en tranquilizar a la mujer.

—No fue exactamente una pelea —expliqué—. Erik no ha hecho nada malo, él sólo trataba de defenderme.

Ella me miró, con curiosidad, esperanzada.

—¿Defenderte? Pero… ¿qué ocurrió?

Yo le narré con paciencia que esa tarde había roto con mi novio y que, al encontrarnos juntos por la noche y estando borracho, había intentado atacarme.

Se llevó una mano a la cara, completamente perpleja.

—Creí que había sido una pelea callejera —volvió a decir.

—No, en absoluto, señora Poltsky. Le juro que Erik no quería hacer nada, simplemente me defendió durante todo el tiempo, y al final la policía los detuvo a ambos.

Escoria.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora