La pasión de un alfa

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Advertencias: Como dice el título continua lo hard. 

La letra en cursiva representa los recuerdos.

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Plenitud.

Una sensación tan intensa que podía contar con los dedos los efímeros momentos en que tal emoción le embargó. El primero vino cuando Rin le dijo que le amaba, pero como todo principiante luego de la satisfacción inicial no supo que cara hacer aparte de una mueca horrorosa de la que Rin se burlaba de vez en cuando, el segundo fue en una competencia a nivel nacional ganando su primera carrera contra todo un grupo de alfas. O la más importante e íntima fue cuando borró todos los limites autoimpuestos que le aprisionaban y sólo nadó para sí mismo, dejándose llevar y liberando toda la impotencia de su diario vivir. Una sensación curiosa sin duda alguna pero extremadamente pasajera. Como una vecina conocida pero poco cercana a la que sólo saludaba con la cabeza, esa para él era la señora plenitud.

Por eso, es que al abrir sus profundos ojos azules y contemplar el pulcro techo estucado de la habitación de Makoto sintió una suerte de congoja y felicidad al darse cuenta de la plenitud que le embargaba. Lo extraño, era el que durara tanto, su sentir nunca duraba más de insustanciales segundos, pero allí retozando contra las suaves sábanas del futón la duda de porqué duraba tanto era apenas una alerta pequeñísima y lejana dentro de su cerebro.

Se sentía bien, mejor que en toda su vida, diría él, algo sensible ante el tacto, de tan sólo deslizar la yema de los dedos por la tela ya sentía una hormigueante flama despertando su instinto sexual. Varios suspiros abandonaron sus labios en cuánto de la somnolencia pasó al reconocer sobre su piel la esencia de su alfa, el olor que desprendía toda la habitación en sí, ya era algo maravilloso. Olía a placer, a chocolate siendo derretido y mezclado por cientos de fragancias para darle un mejor sabor. Si un olor pudiera describir la plenitud ese sería el que inundaba el lugar.

Gimió quedo al tratar de voltearse, pese al dolor físico, la sed y el hambre el rastro de deseo impregnado en su cuerpo le obligaba a moverse en busca de más. Sabía que ya era mucho más que suficiente, pero después de tener una probada el vicio resultaba fatal.

Sus manos temblorosas descendieron muy lento para gusto suyo, y apenas lograban aplacar el calor.

Las manos del alfa son mejores o su boca o su todo... Reclamaba el omega en su interior.

Ya no podía gemir, sentía la garganta herida y lo único que abandonaban sus labios eran leves hipidos o gruñidos como de animal agonizante. Por cosas del destino o que Makoto le haya escuchado despertar, entró como un tifón dejándole en blanco deteniendo sus calurosos actos por sólo mirarle.

No sabía si era idea suya, o porque por primera le veía con tan poca reserva, pero lucía extremadamente maduro, atractivo y alfa. No había rastro de dudas de lo que era y eso en vez de horrorizarle enviaba un latigazo de deseo que le estremecía por completo. Makoto debió comprender sus intenciones porque negó de inmediato con la cabeza mientras rodeaba el futón hasta el ventanal y lo abría de golpe.

Rechazado. Lloriqueó su omega dolido, forzándole el rostro en una mueca tristona.

Al instante una oleada de confort y cariño barrió su pesar. Sabía que entre parejas alfa-omega era común esa habilidad que tenían los alfas de trasmitirles sentimientos de calma y amor para relajarles, pero de saberlo a sentirlo en carne propia había una línea bastante larga que los separaba.

—¿Estás bien? ¿Cómo te sientes?

Sus palabras eran suaves, aún más sus movimientos parecidos a los de una fiera acechando a su presa, con un cuidado y sigilo digno de admiración. Se sentó sobre sus rodillas y con mucha más lentitud colocó una mano sobre sus mejillas para luego posarla en la frente buscando cualquier indicio de fiebre. Haru suspiró ante el tacto, era lo único que necesitaba. Incluso había olvidado las preguntas iniciales.

No eres mi alfaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora