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—¡…cuidado, Draco!

Ocurrió demasiado rápido. Un momento, estaban agazapados en uno de los senderos estrechos y laterales, varitas en mano, listos para colarse más hacia el centro del invernadero en cuanto las defensas mostrasen una mínima abertura. Al siguiente, un tallo que reptó a los pies de Draco, lo tenía colgado cabeza abajo del tobillo, y con su grito, Harry terminó por sufrir del mismo destino.

—Perfecto, Potter, simplemente perfecto —Pronunció en tono desdeñoso y bajo, y aunque quería echarse a reír porque su piel pálida se coloreaba enseguida por la presión sanguínea aumentando en la cabeza, sabía que no era el momento; los años con él, le advertían de no jugársela cuando lo llamaba por el apellido, a menos que quisiera terminar como en los viejos tiempos.

—Quería evitar que te atrapase…—Musitó.

—Pues mira qué bien te ha salido.

—A ver, tú hazlo mejor, Malfoy —Resopló, cruzándose de brazos. Comenzaba a sentir la presión leve en la frente, y en el repentino movimiento, la varita se le había escapado entre los dedos.

Por supuesto que aún podía recuperarla, con un simple accio verbal, o zafándose del agarre del tallo por sí mismo, pero nunca estaba fuera de lugar retarlo. No si conseguía que su novio le dedicase esa mirada altanera que prometía una sorpresa.

—Tú sólo haz lo que te diga, como de costumbre. Aquí vamos —Avisó, comenzando a balancearse adelante y atrás en el tallo, como si fuese una cuerda dispuesta por él.

Draco conservaba su varita, dada esa habilidad innata de aferrarla cuando a otros se les caería, pero cuando adquirió la velocidad suficiente, el balanceo convertido en un arco perfecto en el aire, no la utilizó para soltarse. En cambio, lanzó un incendio hacia el tallo que lo sostenía a él, y le ofreció la otra mano, a la clara orden de "¡aquí!". Harry se impulsó con toda la fuerza que pudo reunir para alcanzarlo cuando se aproximó, sujetó su brazo, al tiempo que el tallo chamuscado y muerto lo liberaba y quedaba cabeza arriba, otra vez colgando.

—Ve por ella —Draco deslizó su otro brazo hacia abajo, él se sostuvo por reflejo; en el movimiento, a su vez, le entregó la varita.

Cuando se balancearon para trazar un arco de nuevo, Harry plegó las piernas y luego las extendió, intentando adquirir más empuje y tomar la dirección que quería. Draco lo soltó, el impulso lo llevó despedido hacia su destino.

El invernadero, un edificio octogonal de cristales, que en ese momento yacían reducidos a fragmentos en el suelo, tenía una entrada en cada una de sus caras y un pasillo que conducía al centro, donde un enorme capullo verde, con manchas de un rosa intenso y amarillo enfermizo, no dejaba de agitar tallos, soltar pus y enterrar las raíces en el suelo. En su parte más alta, una figura humana sobresalía, atrapada por lo que habrían sido pétalos en una flor común y corriente, y hacia allí se dirigía.

Para romper una maldiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora