Miniextra 6

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Peticiones.

—¿...qué quieres que vea?

—Puedes ver lo que sea —Él se encoge de hombros y Draco alza las cejas.

No sabe por qué no está sorprendido. La mente de Harry es lo que lo describiría a él; sin orden y sin desorden, a la vez, en constante movimiento, llena de colores y oscuridad en partes iguales, confusa.

Los recuerdos están sueltos, libres, los ve como si fuesen películas reproducidas sobre paredes que carecen de importancia debajo de estas. Las emociones no tienen ningún contenedor; primero está aquí, y una oleada cálida lo golpea, y entiende que es la manera en que se siente cuando lo ve a él, y después está por allí, y hay una sensación devastadora de nostalgia y el anhelo de volver a casa, y no está seguro de cómo alguien logra controlarse con sentimientos tan intensos y repentinos.

Draco ha pensado por varios días en que deberían ir con Lovegood a Inglaterra, para resolver sus asuntos pendientes también, lo antes posible, pero no se convence hasta que cae en cuenta de todo lo que Harry extraña aquel lugar. A las personas que dejó allí.

Comienza a caminar por senderos sinuosos, difusos. Se pierden, se entrecruzan, se desvanecen incluso mientras anda por ellos.

No hay miedos sobre la superficie; una barrera, que tiene que reconocer está bien hecha, los mantiene enterrados en el subconsciente, para no hacerlos resurgir de la nada. Harry tiene un sitio extraño, sin forma ni luz, donde yacen objetos imaginarios rotos, caídos, inservibles, y se escuchan voces de personas que no conoce. Está un poco desgarrado también, pero la mayoría luce como costuras resistentes, cicatrices ya sanadas. Una indescriptible sensación de orgullo lo invade.

Harry lo deja moverse como le place. Ve lo que quiere ver, comenta, se ríe, se distrae. A él no parece importarle darle la libertad de hacer lo que quiera en un espacio tan recóndito, tan privado, tan importante, ni le preocupa que vea algo que no deba.

Las primeras veces que tuvieron que hacer la terapia para buscar rastros de la Maldición, a Draco le angustiaba dejar que caminase entre sus recuerdos. Eran suyos. Pensaba que nadie tenía, en realidad, derecho a revisar las memorias de alguien más.

Pero quizás estaba equivocado. Podía verlo desde otras perspectivas también, y no sólo como una invasión.

—...siempre me pregunté lo que pensaste ese día, ¿sabes? —Le mencionó, ambos frente al recuerdo de una tienda de túnicas, dos niños de once años, uno flacucho y el otro hablador—. Tú entiendes, si te desagradé en ese momento, o sólo después de lo de Weasley.

Harry se ríe.

—Eras raro —Y él lo codea, a manera de silenciosa protesta—, pero intentaste ser bueno conmigo, sin saber si era sangrepura o no. Y yo nunca te di el beneficio de la duda, de todos modos.

—Al fin lo reconoces —Eleva la barbilla y finge caminar por otro sendero perdido, lejos de él. Tal vez para que no lo vea sonreír como un tonto.

Su novio le causa ese efecto. Es fastidioso, desesperante; Draco está acostumbrado a mantenerse al margen y él siempre tiene que llegar a arruinarlo.

Y no quisiera que fuese de otra manera.

Sus recuerdos siguen siendo suyos, es cierto. Siempre será así, pero Harry le muestra lo que él pida, sin inhibiciones, incluso cuando algunos episodios, como su desastrosa cita con Cho Chang o su experiencia del baile de Yule, lo avergüenzan lo suficiente para que enrojezca y desvíe la mirada.

Y aunque no lo admitirá en voz alta, como no lo hace con infinidad de cosas respecto a él, Draco siente que se ha enamorado un poco más de ese idiota maravilloso que sólo sabe pensar en los demás primero.

—Harry —Dice de pronto, deteniéndose, y tiene que respirar profundo, por inercia, aunque sabe que no surte efecto allá dentro. Hay un miedo que no ha terminado de superar, y la única manera posible de romper ese bloque que siente dentro de él, es hacerlo directamente.

¿Por qué no?

Es absurdo, porque es la primera vez, en años, que tiene la realización estúpida, ingenua, cursi, de que Harry es todo lo que quiere. Es, probablemente, todo lo que quiso siempre, sin saberlo.

—Cásate conmigo.

Se da la vuelta para encararlo. Harry parpadea, boquea. No debería ser imposible que le den ganas de besarlo cuando actúa así, que le guste que sea por él.

Luego arruga el entrecejo, apenas, y Draco siente el paralizante miedo que lo ha hecho reprimir los pensamientos sobre ese tema durante largo tiempo, el mismo que se desvanece tan pronto como Harry contesta:

—Yo ya tenía el anillo. Iba a llevarte a cenar a ese sitio que te gusta...—Y se cruza de brazos, y es adorable, y de repente, Draco podría echarse a reír—. No es justo. Iba a hacer esto bien.

Está claro que Harry no entiende lo que pasa cuando se lanza sobre él y el tirón mágico los empuja lejos, y en un instante, están fuera, de vuelta en el cuarto, y Draco lo ha derribado sobre la cama, y no para de besarlo, y lo único que puede decir es una retahíla de "sí, sí, sí", hasta que él reacciona y se ríe, y lo abraza, y-

Y es perfecto.

Y si pudiese pasar el resto de sus días de ese modo, habría valido la pena cada segundo que lo llevó a esos brazos que lo sostienen con fuerza.

Para romper una maldiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora