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a l f r e d o
La joven Æthelmist camina con un porte elegante hacia la mesa del gran comedor del castillo para servir la cena. Cruza una mirada de soslayo con el rey pero en seguida se vuelve a concentrar en su labor.
—Mi rey, mi reina; espero que esta cena sea de su agrado.— Dice sonriendo a todos los presentes antes de hacer una reverencia.
—Gracias Æthelmist, sois una gran mujer, siempre tan servicial y fiel...— Murmura en su dirección la reina Ælswith con una sonrisa.
La joven de cabellos negros y ojos esmeralda asiente sin perder la sonrisa y se da la vuelta para ir a hacer cualquier otro trabajo dentro del castillo que requeríese de su atención.
Un par de horas después la joven se encuentra en los aposentos del rey y la reina de Wessex, doblando algún ropaje cuando siente como un par de manos se posan en su cintura desde atrás.
—En la cena no he podido agradecer como es debido tú servicio.— Susurra una voz en su oído que conoce a la perfección. La de Alfredo.
Æthelmist muerde su labio inferior al notar como éste recorre con sus manos su cuerpo como si fuera una figura de porcelana, con suma delicadeza. El rey de Wessex posa sus labios en el hombro descubierto de la muchacha y sube lentamente hasta su cuello dejando marcas húmedas en el recorrido.
—¿Qué estás haciendo conmigo, Æthelmist?— Murmura Alfredo, sintiendo como cada vez que tiene el cuerpo de la chica cerca, no puede evitar el calor que empieza a aglomerarse en su cuerpo.
Y como más de una vez había pasado; Alfredo había hecho suya a la joven de cabellos azabache. Excitandose cada vez que la escuchaba como gemía su nombre o el placer que este le podía proporcionar.
