Capítulo 1

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La casa estaba desierta y vacía. El frío penetraba por todos los rincones. En la bañera se había formado una fina membrana de hielo. Y ella había empezado a adquirir un ligero tono azulado.
  Pensó que, así tumbada, como estaba, parecía una princesa. Una princesa de hielo.
   El suelo sobre el que se sentaba estaba helado, pero el frío no lo preocupaba.     
  Extendió el brazo y la tocó.
  La sangre de sus muñecas llevaba ya tiempo coagulada.
  El amor q por ella sentía jamás había sido tan intenso. Le acarició el nrazo como si le acariciase el alma que había abandonado aquel cuerpo.
  No se volvió a mirar cuando se marchó. Aquello no era un adiós. Era un hasta la vista.

Eilert Berg no era un hombre feliz. Su respiración fatigada le surgía de la boca en forma de pequeñas nubes blancas, pero no era la salud algo que él contase entre sus principales problemas.
Svea era tan hermosa de joven y a él le costó tanto resistir hasta la noche de bodas. Se comportaba dulce, amable y algo tímida. Su verdadera naturaleza se desveló después de un período demasiado breve de deseo juvenil. Con pie firme, lo había mantenido bajo su yugo durante cerca de cicuenta años. Pero Eilert tenía un secreto. Por primera vez en su vida veía la posibilidad de disfrutar de cierta libertad, en el otoño de su edad, y no tenía la menor intención de desaprovecharla.
Durante toda su vida habia trabajado duro en el mar y sus ingresos nunca bastaron más que para mantener a Svea y a los hijos. Desde que se jubiló, sólo contaban con su escasa pensión para vivir. Sin dinero no había posibilidad de empezar una nueva vida en otro lugar, el solo. Aquella oportunidad se le había ofrecido como un regalo del cielo y era además tan simple que resultaba ridículo. Pero si alguien estaba dispuesto a pagar una suma desproporcionada por pocas horas de trabajo a la semana, no era su problema. Él no pensaba protestar. El montón de billetes que guarda en la caja de mdera tras el contenedor de los residuos organicos había ido creciendo en un solo año hasta convertitse en un imponente fajo y pronto tendría lo suficiente como para retirarse a regiones más calidas.
Se detuvo para recuperar el alientoen el último tramo de la escarpada pendiente y se masajeó las manos doloridas por el reuma.
España o tal vez Grecia, conseguirían aplacar el frío que, se diría, se generaba en su interior. Eilert contaba con que aún le quedaban diez años, como mínimo hasta que llegase el momento de estirar la pata y tenía el firme propósito de sacarles el mejor partido. ¡Qué carajos iba el a pasarlos con la parienta, ni hablar!

La princesa de hielo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora