Capítulo 4

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Estaba cansada. Cansada a reventar. Erica Falck apagó el ordenador y fue a la cocina para ponerse más café.
La apremiaban desde todos los frentes. La editorial quería un primer borrador del libro para agosto y apenas si acababa de empezar.
Se había propuesto que el libro acerca de Selma Lagerlöf, su quinta biografía sobre escritoras suecas, fuese el mejor de los que había escrito, pero había perdido por completo el deseo de escribir.

Hacía más de un mes que sus padres habían muerto, aún así el dolor seguía tan vivo como el día en que recibió la noticia. Y lo de hacer limpieza en la casa paterna tampoco había resultado tarea tan fácil como esperaba. Todo le traía algún recuerdo.
Cada cajón que vaciaba le llevaba horas, pues, con cada objeto, le sobrevenían imágenes de una vida que a ratos se le antojaba muy próxima y, a ratos, extremadamente remota.
Pero invertiría el tiempo necesario en embalar todo aquello, ni más ni menos. Por el momento, había alquilado el apartamento de Estocolmo y calculó que bien podría sentarse a escribir en su casa de la infancia, en Fjällbacka, pues estaba en Sälvik, algo apartada, y el entorno era tranquilo y apacible.

Erica se sentó en el porche a contemplar el archipiélago. Aquellas vistas siempre la dejaban sin aliento. Cada estación llegaba acompañada de un espectacular escenario y aquel día, en concreto, traía un sol cegador que arrojaba cascadas de destellos sobre la gruesa capa de hielo que recubría el mar.
A su padre le habría encantado un día así. El llanto se le ahogó en la garganta y el aire de la casa le resultó de pronto sofocante y difícil de respirar.
De modo que decidió dar un paseo. El termómetro indicaba quince grados bajo cero, por lo que se abrigó con varias capas de ropa.
Pese a todo, sintió frío al salir, pero sabía que no tardaría en entrar en calor tan pronto como empezase a caminar a buen paso.
La tranquilidad que reinaba en la calle era una liberación.
Nadie más circulaba fuera.
El único ruido que oía era el de su propia respiración, lo que suponía un fuerte contraste con los meses de verano.
Entonces, la vida bullía en el pueblo. Erica prefería mantenerse apartada de Fjällbacka los veranos. Aunque era consciente de que la supervivencia del pueblo dependía del turismo, no lograba librarse de la sensación de que, cada estío, los invadiese una ingente plaga de langostas.
Un monstruo de mil cabezas que, poco a poco, año tras año, absorbía el viejo pueblo pesquero al comprar las casas junto a la playa, convirtiendo así el lugar en una ciudad fantasma los nueve meses restantes. La pesca había sido durante siglos el medio de sustento de Fjällbacka.
El árido entorno y la constante lucha por la supervivencia, que dependía de que el arenque abundase más o menos, había hecho de sus habitantes personas ariscas y fuertes.
Desde que se convirtió en un paraje pintoresco y empezó a atraer a turistas de repletas billeteras, al mismo tiempo que la pesca comenzó a perder importancia como fuente de ingresos, Erica había empezado a observar que los habitantes del lugar andaban cada año más abatidos y cabizbajos.
Los jóvenes emigraban y los mayores soñaban con tiempos ya idos. Ella era, de hecho, una de los muchos que optaron por marcharse.

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Mañana subo el quinto capítulo :)

La princesa de hielo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora