P2: Capítulo 34

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Umbrarum, febrero 24, 2015


No supe a qué hora había llegado Haliee, pero lo seguro era que había sido pasada la media noche, pues yo había caído rendida en el lomo de Alhaster, un poco después de que la magia había regresado.

Para cuando nos correspondió partir, la chamán estuvo con nosotros, cargando dos bolsas en el lomo de Luigi. Una con sus pertenencias y otra con algunos materiales que su maestro le había permitido tomar. Se veía calmada y para nada tan afectada como el día anterior, pero, salvo para despedir a Beegie —que le dejó una piedra de amatista en el cuello—, la chica no mostró ningún interés en charlar con alguno de nosotros.

Andábamos a pie una vez más, pues se suponía que el acceso aéreo a la Ciudad Capital estaba prohibido y los arqueros tenían órdenes estrictas de apuntar a todas las criaturas aladas. Nos alejábamos de la civilización con la intención de retomar nuestro camino por la frontera del reino y llegar al Puerto élfico —de modo que los dragones fueran admitidos de manera convencional—, cuando algo brillante, proveniente de los árboles, captó mi atención.

Fruncí el ceño, pero no alcancé a avisar a los chicos porque una flecha se detuvo a escasos centímetros de mis pies y todo lo que pude fue comer tierra al ser tacleada por Brennan.

—¿Quién está ahí! —gritó mi padre al desenvainar su espada y todos los demás se colocaron en formación, cubriéndonos al licántropo y a mí, que pateó la flecha en el suelo y me ofreció su mano para levantarme.

—Calmen a los dragones y hablaremos mejor —respondió una voz demasiado familiar, desde los árboles.

—¿Lo decidiste antes o después de atacarnos? —cuestionó papá.

—Si hubiera querido dañarla, no habría fallado de manera tan magistral...

Un elfo de cabello castaño se dejó caer desde uno de los arboles frente a nosotros. Poseía un carcaj con flechas en el hombro y sostenía en una de sus manos un arco bastante grande. Sin embargo, no pude saber por qué conocía su voz, hasta que no estuvo lo bastante cerca y sus inconfundibles ojos grises revelaron su identidad.

—¡Eres el elfo que me torturó!

¿Qué! —gritó enojado papá, haciendo eco de la molestia de Alhaster para todos nosotros.

—Señorita, ¿recuerdas la pregunta que te hice antes de eso? —dijo con tranquilidad, a pesar de que todos apuntaban sus armas hacia él—. Si hubieses respondido, nos hubiésemos evitado el pequeño incidente.

—¿Dices pequeño accidente a atar y jugar a los dardos con alguien? —cuestionó Haliee, interviniendo por vez primera, sin ocultar lo insultante que le resultaba la actitud del elfo llamado Castiel, según recordaba de lo sucedido el día anterior.

—¿Qué parte de no haber querido dañarla no se entendió, amigos viajeros? Mi única intención es proteger a la princesa.

¿Y cómo por qué habría que creerte?

—No lo sé, tal vez porque he venido solo y he dejado un seguro lugar desde el que apuntar para hablarles...

No tenemos que escucharlo —gruñó Ahaster, sin embargo, fui yo la que decidió que podíamos y debíamos hacerlo.

—¿De qué se supone me vas a proteger, Castiel?

El elfo se mostró encantado de que recordara su nombre y, si alguien se sorprendió de mi reconocimiento, no lo expresó.

—Sucede que, hace un par de días, tuvimos una falla en la seguridad de las mazmorras y alguien permitió la fuga de más de la mitad de los Elfos caídos. No se supone que fueran un problema si estuvieran bajo las ordenes de nuestro Rey, pero nuestro Señor ha tenido que casi perder la vida al detenerlos para descubrir que los que han escapado ya no le son fieles.

CDU 1 - El despertar de Ilora [GRATIS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora