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No. No podía ser yo.

Yo nunca había besado a un chico.

Bueno prácticamente nunca. En cualquier caso, no así. Estaba ese Mortimer del curso superior al nuestro con el que había salido el verano anterior, exactamente dos semanas y medio día; no tanto porque estuviera enamorada de él como porque era el mejor amigo de Max, el novio de Leslie en esa época, y de algún modo todo encajaba bien. Pero Mortimer no estaba especialmente interesado en los besos, sino que concentraba todos sus esfuerzos en hacerme chupetones en el cuello, mientras trataba de meter distraídamente la mano debajo de mi camiseta. Con treinta grados a la sombra, tenía que ir continuamente con pañuelos en el cuello, y me pasaba todo el día ocupada exclusivamente en apartar las manos de Mortimer (sobre todo, en la oscuridad del cine, donde le crecían como a un pulpo). Después de dos semanas habíamos roto nuestra «relación» de mutuo acuerdo. Para Mortimer, yo era "demasiado inmadura», y para mí, Mortimer era demasiado... hummm... pegajoso.

Aparte de él, solo había besado a Gordon en la excursión con la clase a la isla de Wight, pero ese beso no contaba, porque a) era parte de un juego llamado Verdad o Beso (yo había dicho la verdad, pero Gordon había insistido en que era mentira), y b) no había sido en absoluto un auténtico beso. Gordon ni siquiera se había sacado el chicle de la boca.

De modo que, con excepción del «affaire de los chupetones» (como lo llamaba Leslie) y el beso de menta de Gordon, seguía totalmente «imbesada». Y posiblemente también «inmadura», como decía Mortimer. A mis dieciséis años y medio, era consciente de que iba atrasada; pero Leslie, que había salido con Max durante todo un año, opinaba que el besar, en general, estaba sobrevalorado. Decía que tal vez solo era cuestión de mala suerte, pero que los chicos a los que había besado hasta el momento definitivamente no le habían cogido el truco al asunto. Leslie decía que en realidad debería haber una asignatura llamada «Besar», preferiblemente en lugar de la religión, que de todos modos nadie necesitaba.

Hablábamos bastante a menudo de cómo tenía que ser el beso perfecto, y había un montón de películas que veíamos una y otra vez solo por sus escenas de besos fantástica.prefiere ignorarme

Ah, —Ah, miss Gwendolyn, ¿desea hablar conmigo hoy, o tal vez prefiere ignorarme de nuevo?

James me había visto salir de la clase de mistress Counter y se acercó a mí.

—¿Qué hora es?

Miré a mi alrededor buscando a Leslie.

—¿Acaso soy un reloj de pared? —James me miró ofendido—. Debería conocerme lo suficiente para saber que el tiempo no tiene ninguna importancia en mi existencia.

—Cuánta razón tiene.

Doblé la esquina para echar una ojeada al gran reloj que había al extremo del pasillo. James me siguió.

—Solo he estado fuera veinte minutos—puntualicé.

—¿Fuera de dónde?

—¡Imagínate, James, creo que he estado en tu casa! Muy bonito todo, de verdad. Mucho oro. Y la luz de las velas... Muy acogedor.

—Sí, no tan triste y falto de gusto como aquí—convino James, e hizo un gesto con la mano que abarcó todo el pasillo, en el que predominaba abrumadoramente el color gris.

De pronto James me dio mucha pena. No era mucho mayor que yo, y ya estaba muerto.

—James, ¿ya has besado alguna vez a una chica? —le pregunté.

—¿Cómo dice?

—¿Si has besado alguna vez?

—No es correcto hablar de este modo, miss Gwendolyn.

RubíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora