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El hombre de la levita amarilla enfundó su espada.

—Síganme.

Miré con curiosidad hacia fuera por la primera ventana ante la que pasamos. Así

que estábamos en el siglo XVIII. La cabeza empezó a picarme de excitación, pero solo

vi un bonito patio interior con una fuente en el centro que ya había visto antes

exactamente igual que ahora.

De nuevo subimos por una escalera, y Gideon me cedió el paso.

—¿Ayer estuviste aquí? —le pregunté intrigada en un susurro para que el hombre

de amarillo, que estaba dos metros por delante, no pudiera oírnos.

—Para ellos fue ayer —repuso Gideon—. Para mí hace casi dos años de eso.

—¿Y para qué viniste?

—Me presenté al conde y tuve que informarle de que el primer cronógrafo había

sido robado.

—Seguro que no le alegró la noticia.

El hombre de amarillo hacía como si no nos escuchara, pero se podía ver

literalmente cómo sus orejas se esforzaban en captar nuestras palabras bajo las

salchichas de pelo blancas.

—Se lo tomó con más calma de lo que pensaba —explicó Gideon—. Y tras la

primera impresión, tuvo una gran alegría al enterarse de que el segundo cronógrafo

efectivamente podía funcionar y de que, por tanto, aún teníamos una oportunidad de

llevar el asunto a buen término.

—¿Y dónde está el cronógrafo ahora? —susurré—. Quiero decir en esta época.

—Seguramente en algún lugar de este edificio. El conde no debe separarse mucho

tiempo de él, porque también tiene que elapsar para evitar temporales incontrolados.

—Entonces, ¿por qué no podemos sencillamente llevarnos el cronógrafo que está

aquí al futuro?

—Por múltiples razones —repuso Gideon (el tono que empleaba al hablarme

había cambiado: ya no se mostraba tan arrogante como antes, sino más bien se había

vuelto paternalista)—. Las más importantes son evidentes. Una de las doce reglas de

oro de los vigilantes en el manejo del cronógrafo es que el continuum nunca debe

interrumpirse. Si nos lleváramos el cronógrafo con nosotros al futuro, el conde y los

viajeros del tiempo que nacerán después de él se verían obligados a arreglárselas sin

su ayuda.

—Sí, pero nadie podría robarlo.

Gideon sacudió la cabeza.

—Ya se ve que hasta ahora no te has ocupado mucho de profundizar en la

naturaleza del tiempo. Existen cadenas de acontecimientos que sería muy peligrosos

interrumpir. En el peor de los casos, posiblemente no hubieras nacido.

—Comprendo —mentí.

Mientras tanto habíamos llegado al primer piso, donde pasamos junto a otros dos

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