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Leslie se refería a nuestra casa como un «palacio noble» por el enorme número de habitaciones, pinturas, artesonados y antigüedades que contenía. Mi amiga imaginaba que detrás de cada pared se abría un pasadizo secreto, y que en cada armario había al menos un compartimento también secreto. Cuando aún éramos pequeñas, en cada una de sus visitas partíamos en viaje de exploración por la casa. El hecho de que estuviera terminantemente prohibido husmear hacía que fuera aún más emocionante. Siempre estamos desarrollando nuevas estrategias cada vez más sofisticadas para que no nos atraparan, y con el tiempo descubrimos realmente algunos compartimentos secretos, e incluso una puerta secreta en la escalera, detrás del óleo de un hombre gordo con barba de mirada feroz, montado a caballo y con la espada desenvainada.

Según nos informó la tía abuela Maddy, el hombre de aire feroz era mi tatatatatarabuelo Hugo, acompañado de su yegua para la caza del zorro Fat Annie. Y a pesar de que la puerta que había detrás de la pintura solo conducía, unos cuantos escalones más abajo, a un cuarto de baño, en cierta manera podía decirse que habíamos encontrado una cámara secreta.

—¡Jo, que suerte tienes de poder vivir aquí! —Exclamaba Leslie siempre.

Yo creía más bien que la que tenía suerte era Leslie. Ella vivía con su madre, su padre y un perro peludo llamado Bertie en una acogedora casa adosada de Norah Kensinton. Allí no había secretos, ni sirvientes siniestros que te pusieran de los nervios.

Antes también nosotros habíamos vivido en un sitio así —mamá, papá, mis hermanos y yo—, en una casita de Durham, en el norte de Inglaterra, pero luego mi papa murió. En esa época, mi hermana tenía medio año, y mamá se trasladó con nosotros a Londres, probablemente porque se sentía sola, y también, tal vez, porque no le llegaba el dinero.

Mamá había crecido en esta casa junto con sus hermanos Glenda y Harry. El tío Harry era el único que no vivía el Londres; se había instalado con su mujer en Gloucestershire.

Al principio, a mí la casa también me había parecido un palacio, exactamente igual que a Leslie; pero cuando tienes que compartir un palacio con una familia de muchos miembros, acabo de un tiempo deja de parecerte tan grande. Especialmente si hay un montón de espacios inútiles, como, por ejemplo, el salón de baile de la planta baja, que era tan ancho como toda la casa.

El salón de baile habría sido perfecto para una pista de skate, pero estaba prohibido. Era un espacio precioso, con sus altas ventanas, sus techos de estuco y sus arañas, opero desde que vivía en la casa nunca se había celebrado ninguna fiesta, ni bailes ni verbenas.

Lo único que se celebraba allí eran las clases de danza y de esgrima de Charlotte. La tribuna para la orquesta, a la que se podía llegar por la escalera del vestíbulo, era más que innecesaria, excepto tal vez para Caroline y sus amigas, que aprovechaban los rincones oscuros bajo las escaleras que conducían desde allí al primer piso para jugar al escondite.

En el primer piso estaba la ya mencionada sala de música, además de las habitaciones de Lady Arista y de la tía abuela Maddy, un baño (el de la puerta secreta)y el comedor, en el que la familia se reunía cada noche, situado justo debajo, había un montaplatos pasado de moda en el que a veces Nick y Caroline se subían y bajaban el uno al otro dándole a la manivela, a pesar de que, como es natural, estaba estrictamente prohibido. Leslie y yo también lo habíamos hecho a menudo antes; pero, por desgracia, ahora ya no cabíamos.

En el segundo piso estaban los aposentos de míster Bernhard, el despacho de mi difunto abuelo —Lord Montrose— y una enorme biblioteca, Charlotte también tenia su habitación en ese piso, un cuarto situado en un Angulo de la casa y con una galería en saledizo del que mi prima le gustaba presumir. Y su madre ocupaba un salón y un dormitorio con ventanas a la calle.

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