[1] Len

1.4K 107 80
                                    


Y qué problema que seas así; con el alma férreo y el corazón roto.

I: Fragancia

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


I: Fragancia.

Ese día olía a lluvia y a tragedia. Fue el día que la conocí.

El clima advertía la nostalgia, y el aroma melancólico se fundía con el repugnante olor del cigarrillo que provenía de su boca. Era una tarde de abril, demasiado húmeda para tratarse de primavera. Se escuchaban las lloviznas tronando contra el techo de aluminio a pesar del tumulto que se hallaba en el bar. La había visto desde hace un rato, sentada en el taburete con su vista al frente. Le daba la espalda a toda la multitud, ignorando con frialdad su alrededor. Solo lograba verse su desgastada cabellera, y su fina cintura marcada por la entallada ropa que llevaba.

Más de una vez intenté acercármele con la incierta corazonada de que realmente era ella, hasta que pedí un trago como pretexto para verle y, como si estuviera huyéndome, sin siquiera mirarme se levantó y se marchó. Tomé mi copa en cuanto llegó, y tras darle un sorbo me marché de la barra. Dejé la bebida sobre la mesa de alguien más, sonriéndole con cortesía y prosiguiendo mi caminar.

Llegué afuera, metiéndome una goma de mascar a la boca para borrar el aliento de alcohol, y al suspirar frustrado creyendo que había perdido mi oportunidad, noté el humo ascendiendo a mi lado. La peste de nicotina era palpable, y giré mi vista buscándole. Estaba allí, de cuclillas,  mirándome con una sonrisa torcida en los labios. Abrí mis ojos pasmado, y ocultando mi sorpresa le ofrecí un chicle, devolviéndole la sonrisa con cierta socarronería. Inhaló de su cigarro una vez más, y sin apartar la vista de mis ojos, exhaló.

—Deberías aceptar todo el cartón —sugerí burlón—. No creo que solo uno te elimine la peste. Y dudo que a tus padres les agrade descubrirte.

Ella chasqueó con su lengua, poniéndose de pie con descaro.

—Mis padres murieron en un avión, genio.

Lanzó su cigarro al suelo, y con intenciones de apagarlo lo pisó. Aceptó el cartón de chicles y cogió dos. Yo sostuve mi sonrisa, sin saber ella que se debía a que finalmente la había encontrado.

—¿Rin Akiyama? —indagué

—La misma. ¿Tú cómo lo sabes? No me digas que llevas tiempo acosándome —respondió con sorna, a lo que yo le asentí encogiéndome de hombros.

—Puede decirse que sí.

Los dos permanecimos en silencio, con la lluvia frente a nosotros cayendo agresivamente en el pavimento. El alboroto detrás de nosotros parecía ser sordo, y lo único que nos abrigaba parecía ser la suave fragancia que brotaba de ella; una débil mezcla entre melocotón y nicotina. Varias veces cambiaba mi vista de las calles a ella. Miraba su esbelta figura, apenas cubierta por la corta ropa que llevaba. Tenía piernas finas y largas, de un blanco indecentemente pulcro. Y aunque su delgadez delataba su mala alimentación, más que agonía proyectaba una indecorosa rebeldía.

|Enséñame| RiLenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora