Capítulo 14

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  Un mes después.

Las manos de Levi toman las solapas de mi chaqueta, pero esta vez la adrenalina provoca agacharme.

Siento como todo sucede en cámara lenta, la rodilla del capitán se acerca cada vez más a mi rostro y sin poder evitarlo, siento una punzada de dolor que se extiende desde el mentón hasta concentrarse en toda mi cabeza. Cada músculo me arde, cada parte se tensa y me obliga a hacer inhalaciones profundas como me enseñaron, pero no puedo. Mi corazón late tan rápido que siento que en cualquier momento me daría un paro cardíaco.

Caigo al suelo con pereza y resignación. Aunque esta vez tampoco me sorprende, no comencé estos entrenamientos pensando que tenía alguna oportunidad contra Levi, y aquel movimiento me deja en ridículo, como siempre.

— Eres igual de inútil que una babosa —dice Levi mientras pone los ojos en blanco y chasquea la lengua al ver que no me levanto.

— Y usted tiene la misma amabilidad que una, capitán.

Levi se coloca de cuclillas y cierro los ojos pensando que iba a golpearme. Pero tras unos segundos humillantes, me doy cuenta de que sólo se limita a mirarme.

— La amabilidad no va a salvarte.

  Esta vez no suelto ningún comentario irónico ni defensivo. Él tampoco lo espera, sólo se levanta y me da la espalda mientras lo observo dirigirse hacia el Edificio Principal.

<<La amabilidad no va a salvarte.>> Tiene la maldita razón, como de costumbre.

Cada tanto los soldados tienen la posibilidad de entrenar con el capitán Levi, y por mi parte no había desperdiciado ninguna oportunidad. No me importaba que mis compañeros me llamen lamebotas, ni tampoco que Levi me moliera a golpes. Y la esperanza de ganarle alguna vez... bueno, era como buscar una aguja en diez hectáreas de pajar.

  Tardo varias horas en recuperarme y de alguna manera... saboreo las magulladuras, los raspones, los restos palpitantes de mis músculos y mis heridas. Levi no me ve como una mujer, si no como una persona. No se contiene y me golpea hasta que caigo en el suelo y no puedo levantarme. Y la verdad es que lo agradezco muchísimo, aunque él seguramente no lo entienda.

  Cuando me siento menos miserable, salgo de mi habitación y entro en el comedor para obtener mi almuerzo. Ymir y Christa están en la mesa de siempre, hablando entre gritos y risas mientras que Tris... bueno, está en silencio mientras parte en partes minúsculas su barra de cereal.

  A pesar de que había pasado tiempo, siento que cada vez que la miro, algo se rompe en mí una y otra vez. La Tris que todos habíamos conocido, aquella que siempre tiene sonrisa inocente e intenta ayudar a los demás, desapareció. Tal vez no para el resto de las personas; el que no la conoce demasiado diría que está más bien distraída, cansada. Que aquella sonrisa forzada que mantenía todo el tiempo se debía al hartazgo de semanas y semanas de duro entrenamiento y adaptación a la Legión de Reconocimiento.

  Pero para aquellos que la conocían bien... Bueno, sabíamos perfectamente que su corazón estaba roto en miles de pedazos. Y lo malo de que tu corazón estalle en miles de pedacitos, es que a veces viajan a otras direcciones y es imposible juntarlos todos otra vez.

  Se convierten en un miedo profundo, se instalan en tu pecho como forma de angustia. Se convierten en un enojo incontrolable, capaz de lastimar a los tuyos, o una desesperación que te hace hacer las cosas menos pensadas. Podía entenderla: yo había pasado lo mismo hace nueve años y Erwin se había pasado los próximos años juntando cada pedazo, pero aun así... algo cambió. La gente con el corazón roto cambia, y jamás vuelve a ser la de antes. Nada vuelve a ser como antes.

Las alas de la libertad [1] ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora