3. Sorpresa

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El sol hacía rato que se había ocultado y el viento empezaba a soplar con más fuerza. Las ramas de los árboles cercanos se agitaban con furia bajo la luz de la gran redonda blanca.

Con un poco más de calma interior me levanté y volví al castillo. No se veía muy claro el camino de vuelta pero esta era una ruta que me tenía más que memorizada. Hojas caían más frecuentemente por la débil resistencia que eran capaz de oponer contra el viento que entraba y las ramas se interponían en mi camino, dificultandome el paso.

Cuando volví a la ciudad, pocas eran las casas que aún tenían las luces encendidas, sin hablar de que no había un alma que se pasease por la ciudad. Ya era demasiado tarde y mañana habría que empezar con las clases, o en su defecto volver al trabajo, por lo que nadie se atrevía a abandonar su morada por un caprichoso pequeño paseo nocturno que pudieran dar.

La hora de la cena hacía rato que debía de haber pasado asi que no me moleste en ir al comedor principal pues seguramente si hubiese comida hecha para mí, estaría servida en un plato en la cocina. De todos modos si tuviera hambre me iría a hacerme yo la cena sin problema alguno.

El silencio que había en el castillo era sepulcral, tal era el nivel que siquiera Arbus y Ater estaban merodeando en busca de problemas o de cariño por mi parte.

Entre en mi cuarto y cual fue la sorpresa al encontrarme a Ethiw sentada en una silla con los brazos apoyados en la mesita de delante, dando la espalda a la puerta. Ella, al oír como la puerta se abría, inmediatamente se dió la vuelta para recibirme.

–¿Puedo preguntar qué haces en mi habitación?– repliqué un poco molesto, no me gustaba sentir como mi privacidad era invadida, estabamos en proceso de llevarnos bien y no me sentía seguro sabiendo que Etihw podría haber estado hurgando en mis pertenencias.

–Hace dos horas que fue la hora de cenar, estaba algo preocupada.

La respuesta de la dios me dejó perplejo, ¿Porqué iba ella a sentirse preocupada por mi? No tenía ningún sentido

–¿Cuánto tiempo llevas sin descansar de verdad, Kcalb?– esa pregunta por su parte me descolocó por completo, era imposible que ella supiera mis problemas. El que ella supiera todo no era más que un mito que yo sabía muy claro que no era real.

–¿Perdona?–respondí, me sentía tremendamente atacado y me puse a la defensiva.

–Tienes ojeras, bastante grandes. Aunque trates de disimularlo se ve desde lejos que llevas tiempo sin poder dormir bien.–su tono de voz era pausado, como si tratase de ganarse la confianza de un animal asustado. No se había movido de su sitio y estaba tratando pero no iba a ser fácil hacer que confiara en ella.

–No te preocupes, solamente necesito acostumbrarme, supongo que pronto se me pasará.

Con la mayor delicadeza y pausa del mundo se levantó del asiento y se acerco a mí. Tendió mi mano para acariciar mi cara y yo, dudoso, acepté.

–¿No vas a cenar?

–No es que tenga mucha hambre, siendo sincero.

Esta era la conversación más larga que ambos habíamos mantenido. Le agarré de la muñeca suavemente a Etihw, para que no se pusiera a la defensiva y terminé con sus suaves caricias, pues oí un ruido que me alertó de que alguien estaba espiando.

–Espera un momento, por favor.

Me dirigí a la puerta y al abrirla, Arbus y Ater cayeron de bruces contra el suelo y ambas se pusieron a temblar. Sabían que la habían liado.

–¿Se puede saber el motivo de vuestro espionaje?

–Estabamos preocupadas por usted, señor Kcalb– respondió la gata peliblanca.

–Señor Kcalb, por usted preocupadas estabamos– secundó su hermana.

Yo traté de suspirar y relajarme, pues ellas dos eran ya un caso perdido. Una dulce y tímida risa se alzó en esta pequeña riña, llevándose la atención de nosotros tres. La dios acababa de bajar la guardia.

–Es lógico, no te enfades con ellas– defendió la cogobernadora– al fin y al cabo, es la primera vez que hablamos más de dos segundos sin acabar en las manos.

–Idos de aquí, chicas, pero para la próxima respetad la intimidad de las personas.

–Sí, señor Kcalb– respondieron al unísono antes de abandonar la sala.

Mi nueva aliada se levantó de su asiento y posó su mano sobre mi hombro. Yo me avergoncé levemente pero traté de disimularlo, cosa que conseguí.

–Buenas noches. Trata de cenar algo y que descanses bien.

Había confianza, amabilidad y era uno de los pocos, por no decir el único, tratos que había tenido que no fueran una mera formalidad por parte de los ángeles.

Y ya cuando me quedé solo, me di cuenta, era uno de los extraños momentos en los que no me sentía ahogado en mis penas.

Pero la noche ya se había alzado y la pesadilla volvería a acechar sin que yo lo puediera evitar.

[Otra vez más, el vals de las torturas vuelve a sonar.]

El vals de las torturas [Etihw X Kcalb]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora