Cassandra se despertó con el sonido nada agradable de la alarma del despertador. Abrió los ojos lentamente y observó el techo de su cuarto durante varios segundos. Se levantó de la cama con desgana y entró en el cuarto de baño. Mientras el agua de la ducha se calentaba, escogió la ropa que llevaría aquella mañana: falda de tubo negra, blusa blanca y zapatos de tacón azules. Para cuando estuvo debajo de los chorros de la ducha, el agua hervía y el cuarto de baño rebosaba de vapor. Quince minutos después estaría delante del espejo, ya vestida y con el pelo recogido en un moño alto, dándose un poco de base y corrector para las ojeras.
Desayunó sus habituales tostadas de queso fresco y mermelada de fresa, con su consiguiente café, mientras curioseaba en Internet las noticias de la semana. El reloj de la pared de la cocina le recordó que era hora de ir a trabajar. Cogió un paraguas porque, aunque fuera a coger el coche, el aparcamiento de los profesores no está precisamente cerca de la puerta del instituto y llovía a cántaros aquellos días.
Tras cargar el coche con su maletín repleto de exámenes corregidos y libros de filosofía, salió del garaje de su casa. A los veinte minutos cruzaba, bajo el paraguas, el lluvioso patio del centro. No necesitó consultar su horario para saber qué clase sería la primera de la jornada: 4º de ESO. La manera ideal de empezar la semana no era, precisamente, entregando las notas de un examen, ni para los profesores ni, mucho menos, para los alumnos, pero con su asignatura era diferente. Cassandra no pretendía que los estudiantes le vomitaran en el examen los apuntes que se habían memorizado ridículamente la noche anterior o, incluso, que habían copiado en un despiste suyo. Lo había dejado claro en todas y cada una de las clases en las que se había presentado el primer día:
-Me llamo Cassandra Bazán y, según me han dicho en la puerta, soy vuestra profesora de filosofía. Qué rallada mental, eso de la filosofía ¿verdad? Estudiarse lo que unos tíos que se aburrían pensaban hace mil años y, seguramente, emporrados. Pues sí, viéndolo así, sí. ¿Sabéis qué pasa? Que a mí me importa una mierda lo que esos tíos pensaban. Prefiero saber lo que pensáis vosotros y vosotras. Hoy. Ahora. Para el resto del curso. Vamos a plantear bien la materia: haremos un examen cada quince días. Para dicho examen, plantearemos las teorías del pensador que estudiemos y, cada persona de esta clase, defenderá o derribará en el examen la manera de pensar del susodicho con sus propios argumentos. En cuanto a las correcciones, tan sólo voy a valorar que planteéis vuestras ideas de forma ordenada y lógica. No se trata de que penséis lo que yo pienso, a menos que penséis que matar a alguien está bien. En este caso, os recomendaré a mi tía, que es psicóloga, y así ganamos los dos: vosotros os tratáis y yo ya tengo un tema para las comidas familiares que no sea mi vida amorosa.-
El comentario había calado entre los alumnos con sonoras carcajadas. Les había caído bien. Para tener veintiocho años, no había perdido la sensibilidad adolescente del todo.
Al entrar en clase, se encontró con el habitual panorama: alumnos colocando sus cosas para empezar una aburrida jornada lectiva.
Empezó a repartir los exámenes de uno en uno. Como siempre, todos estaban aprobados. Todos, menos los de siempre. No sabía ni por qué se molestaba en leerlos, siempre eran tonterías propias más bien de un niño de 10 años que de alumnos de la ESO. Al salir de la clase, se dirigió a la sala de profesores, allí se encontraba la directora del instituto, acompañada de una chica de apariencia dócil, ojos verdes y el pelo rubio.
La directora, Fiona, se acercó a Cassandra:
-Cassandra - dijo - Esta es Zoe, profesora de filosofía en prácticas de la Universidad con la que tenemos en convenio. Serás tú la encargada de enseñarle cómo das las clases y a tratar con los alumnos del centro. Si vemos que se maneja bien, es muy probable que se quede con la plaza. Trae muy buenas referencias del rector de su facultad.-
Dicho esto, se retiró de la estancia, dejándolas a las dos solas en ella. Le dió dos besos y entabló una conversación tan convencional como poco interesante sobre cómo creía que se adaptaría al centro, a los alumnos... De repente, Zoe adoptó una mueca de extrañeza, a la cual, Cassandra optó por preguntar el motivo.
-Digamos - respondió la joven - que no eres el tipo de profesora de filosofía que esperaba encontrar...
-¿Lo dices por mi tema de conversación tan súmamente absurdo o porque no parezco una loca apasionada en enseñar mi materia como la única útil? - Cassandra nunca se había caracterizado por su sutileza a la hora de decir las cosas, así que Zoe no supo cómo reaccionar. Al darse cuenta, Cassandra trató de disculparse, pero a su manera, es decir, sin que se notara demasiado que lo estaba haciendo. - Esto... Bueno, ya irás notando que no soy una persona con un especial tacto pero te aseguro que no lo hago por ser borde o porque tenga algo en tu contra. Nada de eso.
-No te preocupes - dijo la rubia, con un aire resuelto- Me gusta la gente directa.
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Moonskin
RandomCassandra tiene 28 años y es profesora de filosofía. Zoe, tiene 21 y se encuentra de prácticas bajo la atenta tutela de Cassandra. Todo marchaba como dicta la rutina, hasta que Cassandra percibe lo que realmente oculta el tatuaje de Zoe en su piel c...