Costura.

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Castiel reposaba completamente inconsciente en la camilla, con el torso desnudo y ajeno a todo lo que sucedía. En cuanto atravesó la puerta con Jack delante, Dios le sorprendió, llevándolo a una profunda inconciencia; la habitación ya estaba lista para la intervención.

- ¿Era necesario dormirlo? – Pregunto Sam, doblando a un costado la camisa del ángel.

- No quiero que tenga falsas esperanzas. En su estado actual, un decepción podría ser demasiado. – Explicó Dios.

Las alas ya estaban plegadas sobre el suelo a un lado del ángel, algo que le costó mucho a Gabriel lograr.

- ¿Por qué tienes alas en primer lugar, señor todopoderoso? – Se quejó Gabe, demasiado cansado de cargar esas cosas emplumadas.

- Porque puedo y son bonitas. – Sonrió. - Ahora, no se asusten con esto.

Chuck tocó la frente suavemente la frente del menor y sus ojos se abrieron y encendieron en gracia como si hubiese apretado un interruptor.

- ¿Qué haces? – Interrogó Jack, observando con curiosidad.

- Sigue inconsciente, pero yo soy quien controla su cuerpo. Necesito que al menos su cuerpo este despierto mientras hago esto. – Dijo, mientras Castiel se erguía sentándose en la cama de espaldas a su padre. – Estamos listos.

Estiró sus manos y Dean le paso el hilo dorado y la aguja del mismo color. Las cicatrices de las alas perdidas aun eran visibles en la espalda del ángel, esto sería relativamente fácil.

Gabriel acercó la primera ala, siguiendo las señales de Chuck para colocarla correctamente. Coserlas era lo fácil, unirlas al cuerpo angelical de Castiel sería lo difícil.

Como si soldara con sus manos, Dios colocó cada una en las costuras de cada ala. Sus ojos brillaron con la misma intensidad de los de su hijo y la costura desapareció, pero las alas no.

- Mierda. – Susurro.

- ¿Por qué siguen aquí? – Pregunto Dean.

- No debe estarlas incorporándolas a su ser. – Lamentó Gabe.

Chuck lo intento una vez más, y las alas comenzaron a desaparecer pluma a pluma. Un pequeño festejo se desato entre los presentes, pero aún no estaba todo dicho.

- Pásame el cuchillo, Gabriel. – el arcángel obedeció a su padre. – Veremos qué pasa.

Una línea de sangre se abrió al paso del cuchillo en el brazo del ángel. Esperaron y esperaron a que la herida se cerrara. La sangre goteaba sobre el piso, y no había señales de que pasara algo.

- Tal vez es demasiado pronto, en unos días... - Intervino Sam.

- No. – Dijo Chuck. – Solo dale un minuto más.

Palabra de Dios. Un minuto más y la herida comenzó a sanar lentamente.

Festejaron con unas cervezas y algo rico de comer. Mientras, Castiel descansaba. Dios dijo lo necesitaría por hoy o incluso por un par de días, ya que para su cuerpo al límite de la muerte, era complejo administrar tanto poder repentino.

Sin embargo, estaban felices. Saber que no perderían para siempre al ángel y que aún quedaba una posibilidad de que fuese el mismo e incluso mejor, era alentador.

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