El escritor teclea velozmente sobre la máquina de escribir usada frente a él; una imagen toma forma en su cabeza y se apresura a escribirla. Toma un sorbo de agua del vaso a su lado y continúa.
El hombre de traje y sombrero mueve el pie impaciente a la espera de algo. Mira su reloj y se asoma por la entrada del callejón a la calle. Nada. Vuelve a su sitio y apoya la espalda contra la pared mientras saca un cigarrillo y lo prende. Las volutas de humo bailan y se pierden en el aire gélido de la noche. En contraste con la oscuridad reinante en el ambiente, el humo parece de un blanco tan brillante como la luna que ilumina el cielo esa noche.
El resonar de unos tacones golpeando contra la grava le hacen levantar la cabeza y escuchar atentamente. El sonido se acerca pero él se mantiene inmóvil. Le da una calada a su cigarrillo.
Un mujer asoma medio cuerpo por detrás de una de las paredes laterales del callejón retorciéndose las manos. La luz del farol ubicado en la calle detrás de ella hace sombra sobre su rostro sin dejar entrever sus rasgos, pero no es necesario; él ya sabe quién es.
Ella se acerca dudando con las manos metidas dentro de su gabardina negra para intentar ganar calor. Se para frente a él y le mira profundamente detrás de sus contorneadas cejas negras.
El escritor se levanta y mira por la ventana. Abre la puerta y se asoma. Luego camina hacia la cocina, llena el vaso del que estaba bebiendo nuevamente con agua y regresa a su sitio.
El hombre da una nueva calada a su cigarrillo y expulsa el humo hacia arriba. Mira a la mujer parada frente a él con fingido desinterés mientras ella busca las palabras para comenzar a hablar.
— Habla de una vez— le insta bruscamente mirándole frío. Sus ojos clavados en los de ella.
— Yo… — le mira, esquiva su mirada y vuelve a mirarle insegura—. Lo siento— declara.
Le mira arrepentida y baja sus ojos al piso. Juguetea con su pelo y coloca un mechón detrás de su oreja antes de volver a guardar sus manos dentro de la gabardina y mirarle a los ojos esperando una respuesta.
— ¿Eso es lo único que tienes que decir? — pregunta él despectivo al encontrar su mirada y ella se encoge.
— Bueno… no — se para un poco más erguida—. Pero no se qué es lo que quieres que te diga. Te llamé, te escribí mil cartas y no obtuve respuesta. Ni siquiera sé por qué has accedido a verme esta noche— acusa algo dolida, con la expresión que pondría un niño cuando se ve regañado por algo que no ha hecho.
Él se encoge de hombros, tira el cigarrillo a medio consumir al suelo y lo apaga con el pie.
— Tenía curiosidad— dice simplemente.
— ¿Curiosidad de qué?
Él no responde.
— ¿Quieres decir que no piensas decir nada? ¿No piensas hacer nada? — Mira al cielo exasperada— ¿Vas a dejar que todo lo que fuimos, todo lo que somos, se vaya por el caño por semejante estupidez? ¿Eso es lo que me estás diciendo?
— Helena— dice más serio, acercándose a ella un paso. Su figura contra la de ella contrasta notablemente en altura—, no es una estupidez. Yo lo vi, en tu casa.
— ¿Y? — argumenta con esperanza— No significa nada.
— ¿No significa nada? — su paciencia comienza a agotarse—. Helena, entré en tu casa y lo vi, acostado en tu cama ¿Cómo quieres que reaccione?
— No lo hagas— se acerca a él—. No reacciones. Vuelve conmigo— Le mira a los ojos.
Toma su mano y se acerca lentamente a depositar un pequeño beso en la comisura de sus labios. Él se mantiene inmóvil, cierra los ojos con expresión tensa y espera a que la mujer se separe.
El escritor para de teclear por dos segundos cuando siente una molestia en el estómago. Se lo sostiene con la mano hasta que pasa. Se para, estira los brazos, hace tronar su espalda y vuelve a sentarse.
Helena acaricia la mejilla del hombre con dulzura. Él le mira y se retrae hacia atrás, su espalda choca contra la pared.
— ¿Por qué me rechazas? — le pregunta con la mirada dolida.
Se acerca de nuevo y amaga a besarle.
— No Helena— Le corta y le toma de los hombros firmemente—, basta.
— Está bien— se para ofendida—, veo que ya no me quieres— la luz que se reflejaba en sus ojos se distorsiona cuando estos son cubiertos por una capa de agua.
Él reacciona enderezándose y mirándole con una cara que no expresa más que desconcierto.
— No, Helena, no es eso. Yo… yo te quiero— declara—, pero no puedo evitar verte y pensar en él, pensaren su rostro contraído en una mueca y la sangre brotando de la comisura de su boca.
Ella le observa y su mirada se endurece por un segundo, pero luego habla con voz melosa y dulce.
— Yo también te quiero— le dice sonriendo y coloca sus manos sobre las que se mantienen depositadas sobre sus hombros—. Olvidémonos de esto, podemos seguir como antes.
Él da vuelta las manos y las coloca dudando alrededor de las de ella. Ella le sonríe con confianza y tira de él para que le abrace de una vez por todas.
El hombre se acerca a ella de a poco y cierra finalmente su agarre en torno a su pequeño cuerpo. Le abraza y suspira complacido junto a su pelo mientras ella se remueve con los brazos sobre su pecho; casi podría jurar que metía su mano dentro de la gabardina.
Cierra los ojos con una sonrisa cuando ella acerca su cara a la de él para lo que parece un beso, pero Helena detiene su rostro a dos centímetros de su boca.
Los ojos del hombre se abren desorbitados, el blanco resaltando contra la noche, cuando siente una punzada en el costado izquierdo de su cuerpo. Lleva su mano hacia allí y esta se empapa en sangre.
— Tú lo viste— le dice ella al oído—. Viste sus ojos abiertos a la nada y sentiste su piel fría, muerta ¿Cierto?- Se separa de él lo justo para que vea sus ojos fríos, mordaces—. A él también lo amaba, pero la herencia no se recibe hasta la muerte del propietario ¿o no?
El hombre se parte al medio y cae al suelo con un golpe sordo. El charco de sangre crece a su alrededor mientras la mujer cierra la gabardina en torno a su cuerpo, agacha la cabeza y sale del callejón como si nada hubiera pasado.
El escritor se retuerce en la silla cuando deja de teclear y se sostiene el estómago. Una puntada en la parte superior e inferior de su abdomen no le deja moverse y se levanta sosteniéndose en la mesa con una mano mientras con la otra se sostiene el estómago.
La puerta se abre y una mujer de cabellos negros entra envuelta en una gabardina igualmente negra. Se la saca y la cuelga en el perchero junto a la puerta.
— Oh, Helena, mi amor, llegaste— exclama el hombre, intentando caminar a la cocina—. No sabes, acabo de escribir una escena que se me vino a la cabeza— le mira intentando sonreír, aunque sólo logra una mueca de dolor—. Tu eras las protagonista.
— Ah ¿Si? — se acerca a él y le toma del brazo para intentar ayudarle— ¿Y de qué trataba? — pregunta dulce a su lado.
— Tu asesinabas a un hombre porque había visto a otro muerto en tu casa, qué locura ¿no?- pregunta intentando sonar divertido, pero un gemido de dolor escapa de entre sus labios.
— Si— dice ella, pero no se oye diversión alguna en su voz.
— Lo que no me quedó claro es cómo habías matado al primer hombre — Dice con la curiosidad camuflada por el dolor.
— Tal vez— dice ella pasándole las manos por los hombros— con unas gotas de veneno en el agua— Luego le muestra un pequeño frasco de veneno que sostiene entre sus dedos mientras le sonríe maliciosamente y él cae al suelo retorciéndose.
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Esto es algo que hice para un concurso y realmente me gusta mucho. Amo este género, así que si lo leen por favor comenten ♥
Gracias :)
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Cuentos y Poemas
PuisiSección de cuentos y poemas escritos por mi (Quimey05), espero les guste :)