Miraba el techo sin el menor de los detenimientos, llevaba parte de la tarde pensando en lo ajeno que era ese espacio para ella, evidentemente sabía que no lograría recordarlo con sólo verlo o explorarlo pero no negaba que le provoco un atisbo de esperanza segundos antes de pasar por la puerta.
Era como si una niña hubiera dejado la habitación, en las paredes aún pegados se encontraban posters de algunos grupos de música que-creía-en algún tiempo le agradaron; sobre la cama, algunos peluches un tanto extraños y en el escritorio algunas hojas en blanco al lado de un lápiz.
No podía creer que tras tres semanas ocupando el cuarto, no lograba familiarizarse con él, como si después de ese, hubiera tenido otro. La sensación era intrigante e indescriptible, sentía que no era el lugar al que debió regresar, a pesar de saber que no tenía ningún otro.
Su madre le aseguro en varias ocasiones que durante su estadía en Tokio compartió un departamento, después se ponía algo reacia a seguir con el tema, se exasperaba y le decía que no era la manera en la que su salud regresaría, siendo que físicamente estaba en óptimas condiciones.
La madre de Mio temía que su hija tuviera la intención de abandonarla, volver e intentar esclarecer el porqué de su negativa a que viviera sola en la capital, siguiendo con sus estudios, continuando al lado de aquella salvaje e impulsiva chica que no le traería ningún bien a largo plazo. Intento convencerla dándole un sermón sobre los peligros que correría en su estado, cuando no era capaz ni de recordar su nombre, haciéndole ver que podría ser engañada o que caería ante la frustración de no recordar a pesar de esforzarse tanto.
Así que, tras tres largas semanas, se encontraba con tantas preguntas en la cabeza que ya no sabía a cuales darles prioridad.
Antes de dejarla salir del hospital le habían explicado que tendría que ser paciente, dejarse guiar por los detalles que le dijeran sus padres y personas allegadas pero sin hacer la mayor presión por corroborar interiormente si era verdad, debía seguir una psicoterapia y tomar algunos fármacos que inhibieran la ansiedad.
Por otra parte, estaba aquella chica a quién le negó que se quedara a su lado, cuando lo hizo pareció trastornarse tanto que tuvo que ir su médico por ella, al final, su madre le dijo que también era una enferma y que se escapo de su cuarto, por un momento le creyó, sin embargo, la genuina tristeza en sus ojos le hacía preguntarse si no era una persona importante para ella antes del accidente, su madre afirmaba no saber cómo era su vida en Tokio, ¿qué si la joven era su amiga?
Lo peor era que no tenía ninguna de sus pertenencias de los últimos años, todo era tan impersonal en aquel espacio, sólo quedaban cosas que pocas pistas le otorgaban, las pocas fotografías que existían eran de su época de bebe, en el fondo de su closet tan sólo se encontraban viejos cuadernos y libros de la escuela, no creía que le fueran de ayuda.
Su padre le prometió que mandaría pedir sus cosas de su departamento, pero hasta la fecha no obtenía respuesta de la dirección.
Entonces, tal como le habían dictado que hiciera, se resignaría a que sus obstinados recuerdos se hicieran presentes solos, no existía un apuro real.
Cambio de postura, el techo dejaba de ser tentador cuando se recorrían sus cuatro recovecos una y otra vez, así que se dispuso a mirar la ventana, el clima era magnifico, un buen día de primavera para salir y divertirse, pasear con algunos amigos, platicar de nada importante.
El problema constaba en que no recordaba a sus amigas y si salía, en realidad no sabría a donde ir.
El timbre de la casa sonó.
Por alguna extraña razón, salto de la cama y fue a ver quién podría ser, empezaba a cansarle el claustro de su habitación.
Bajo las escaleras sin prisa, como si casualmente pasara por la entrada en camino a la cocina o en búsqueda de su madre. En la entrada, un joven de aproximadamente 18 o 19 años le veía sorprendido, entre sus manos llevaba una enorme caja y sobre el hombro una funda larga que parecía contener un instrumento.