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En otro lado del inmenso bosque marchito se encontraba Lobo, sereno y paciente. Esperando a que los dioses se agotaran y se fueran a dormir; esperando a que alguien amparara a los ángeles y les dijera que todo estaría bien. Pero mientras tanto, él disfrutaba del olor que el ardiente suelo del infierno emanaba cada que una fría y espesa gota caía sobre él.

Tras una fuerte tormenta y tras la calma de los de arriba, aquello semejaba a la desesperanza.

Nadie, excepto Lobo, se atrevía a poner sus extremidades entre las enredaderas espinosas. Pero Lobo estaba mojado, y eso apaciguaba su dolor, las espinas ya no ardían al clavarse y la piel desgarrada no escocía con tanta fuerza.

De todas formas, Lobo estaba acostumbrado. Y la verdad es que Lobo había vivido tantas experiencias en su corta vida que podía incluso saber más que el búho vigilante de las estrellas, podía saber más que ese puente roto, podía saber más que cualquiera de los osos impacientes del dolor. 

.•Le Papillon•.

Historias de Lobo y MariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora