Intermezzo

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La primera vez que vi a Kimberly Pine no fue especialmente memorable. Pero su rostro fue incapaz de borrarse de mi mente.

Tenía un gesto resuelto y una fuerza implícita y furiosa en cada uno de sus movimientos, en su gesticulación, en sus posturas, en sus palabras y en todo cuanto tenía que ver con ella, que era imposible que pasara desapercibida.

Su cabello, recién cortado, pelirrojo de un tono más fuerte al zanahoria, aparecía alborotado y algunas hebras rojizas le caían en la cara acomodadas a manera de flequillo. Se calaba un abrigo blanco con dos botones negros al cuello y el interior con estampado de leopardo. Jeans y calentadores, guantes, bufanda y un gorrito de punto.

Mis ojos, tras las gafas, se desviaron inexorablemente hacia la joven menuda y de formas suaves, que caminaba entrando a un videoclub.

¿Los videoclubes aún existían?

No pude evitarlo. Comencé a caminar hacia aquel sitio. La joven acomodaba el letrero de "Cerrado" y lo cambiaba de lado al que decía "Abierto", para, después de abrir, sentarse, con un ejemplar de Un saco de Huesos de Stephen King, los audífonos puestos y un vaso de café, en su escritorio, a leer.

Probablemente no esperaba ningún cliente, porque su sorpresa fue evidente al verme entrar, aunque de inmediato dejó de prestarme atención y sus ojos siguieron clavados entre las páginas de su libro, aparentemente interesante.

¿Cómo es que no puede recordar aquel día?

Por ese entonces pasaban demasiadas cosas, y muchas más en mi cabeza. Ramona se había instalado en Toronto, después de huir de Nueva York.

Me había abandonado.

Segura y resuelta, se había ido dejándolo todo atrás, olvidando el aspecto más importante de todos cuando de Gideon Graves se trata.

NADIE abandona a Gideon Graves.
Nadie.

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Una cegadora luz blanca me envolvió por completo. La silueta de Gideon, antes de aquella luz, podía adivinarse, recortada en la obscuridad por El Brillo, de un intenso verde que refulgía, enardecidamente, alrededor de todo su cuerpo. Pero esta luz era diferente. Esta luz blanca parecía manar directamente de él, no rodearlo.

Me hizo pensar en el Sol.

"Él es perfecto y soñado, pero él no es el Sol, tú lo eres..."

Recordar la frase del culebrón de médicos que Gideon disfrutaba ver, de pronto le dio a Kim una idea, mientras rodaba los ojos de lo patéticos que le resultaban algunos diálogos.

Gideon no necesita el Brillo para nada. Pero... ¿Si El Brillo necesitara a Gideon para algo?

"... Él no es el Sol, Tú lo eres..."

¿Qué significaba eso exactamente y porque estaba obsesionada pensando en ello mientras la atacaba?

Kim se llenó de ira de pronto, inexplicablemente. Y a su mente llegó un recuerdo que no era suyo pero que había escuchado en labios de Ramona.

"Yo estaba loca por él. Pero él me ignoró..."

Ramona lo amaba. Ramona se fue de él porque le era intolerable la idea de no ser nadie en la vida de Gideon. Pudo sentir su temor y lo que la hubiese impulsado a irse.

- Gideon jamás me ha ignorado. Ni una vez.

En tanto permanecía tumbada en el suelo, pensó en que su batalla suprema, no sería contra Gideon.

Gideon la había protegido, y amado, y mimado de manera sobrehumana, por encima de sus amigos, de la gente que a él lo conocía y que no podía entender qué hacía con una chica "insignificante", pero sobre todo, Gideon la había amado incluso por encima de si misma, que constantemente minimizaba ese amor, disfrazándolo para sí de lo que Gideon hace para no dejarle sus juguetes a otro. Pero en honor a la verdad, ella jamás se sintió un juguete para él, porque nunca la había tratado como a todas las demás.

Por primera vez vio su vida pasar y comprendió que todo aquello era lo que debía suceder para llegar a ese momento inexorable, inmutable. No había forma de que aquello no tuviese motivos.

Gideon la amaba y estaba loco de amor por ella, a tal punto que prefería renunciar a ella dándole lo que aparentemente ella quería, en vez de someterla a lo que él creía, sería una tortura, es decir, estar con él.

Pero eso jamás podía haberlo pensado solo. Era el Brillo.

El Brillo quería la vida de Gideon con todo lo que implicaba. Su dinero, su poder, su fama... Ella.

¿Qué tenía ella que el Brillo quisiera para si?

Mientras todos esos pensamientos invadían a Kim, Gideon, totalmente fuera de sí, sostenía el cuerpo menudo de la chica que hasta esa noche fuera su novia, desfallecido en sus brazos, con una herida tan grande como un boquete en el pecho.

Su cabeza resplandecía y un nudo en la garganta hizo presa de él.

Nada de lo que tenia, nada de lo que era, podía haberle causado más dolor si lo perdía, que la sola idea de no solo perder a Kim, para siempre, sino de perderla por su propia culpa, porque él mismo la había vencido.

Sabia que de vencerla en el subespacio, Kim podría volver. Pero en la realidad, vencer a Kim representaba no tener el poder de hacer nada por ella. Y era inevitable.

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Podía ver los árboles a través de la ventana y la cortina rosa que la cubría. Los pájaros cantaban incesantemente y el cielo era tan azul que le lastimaba los ojos. El sol quemaba, lo sabía porque los rayos traspasaban con facilidad la cortina.

Sonrió. Una brisa ligera que entró por la ventana la hizo sentir bien.

Sintió como el brazo de Gideon le rodeó la cintura y se incorporó en la cama para voltearse y mirarlo a los ojos.

Y lo que vio la hizo muy feliz.

Aquel era Gideon y la miraba con devoción. Una devoción que ella no sabía si podría dar... Pero que quería darle a él porque no solo la merecía, sino porque en todos sus sueños y deseos, la había apoyado, por absurdos que fuesen.

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Mi única opción era encontrar el Brillo en el subespacio y averiguar qué quería de mí y de él.

Visions of Gideon Donde viven las historias. Descúbrelo ahora