Gideon daba vueltas en el estudio. Intentaba concentrarse en el trabajo acumulado, los detalles de las cientos de sucursales por abrir del Teatro del Caos, cada vez más extravagantes, en otras ciudades de Canadá además de Toronto, pero no podía.
Tan poca importancia tenía en ese instante todo lo que poseía; lo habría dado todo por ver a Kim rodar los ojos, diciéndole que era un patético y cursi romántico.
Tantas veces le habría dicho lo hermosa que le parecía.
Pero recordarla, vulnerable y absorta, diciendo con la voz más inexplicable un "te amo" a un idiota que le había respondido "Ah, yo también te quiero", le hacía hervir la sangre en las venas. Scott Pilgrim desafiaba su paciencia de tantas formas pero esa había sido la gota que derramó el vaso.
Kimberly merecía todo. Para Gideon, no había sombra de duda al respecto. Kimberly merecía todo y Scott Pilgrim no le había dado nada.
¿Qué había hecho Ramona por Scott? Nada. Dejarse llevar por el impulso del chip, el que ella misma con su propia voluntad podía desactivar, y quedarse con él de todos modos, excusándose con que "literalmente" le habían puesto un chip...
¡Pero qué idiota había sido, al fijarse en una y en tantas mujeres así!
Kimberly Pine era la única por la que valía reconfigurar el pasado y el futuro. El Brillo le daba la oportunidad. Pero algo había salido mal.
Habría deseado poder dar a Kim la oportunidad de una relación normal y para eso había arreglado todo con Simon Lee. ¿En qué simulación de las miles que había hecho, se le había ocurrido que aquello saldría bien, sobre todo conociendo a Kim?
No, lo que él había visto, lo había dejado tan mal que ya no estaba seguro de lo que había visto.
Aquella noche habló con mujeres. Varias. Pero al lado de Kim, todas las mujeres parecían bobas, insulsas, carentes de lo que necesitaba para olvidar por un momento que había traicionado la confianza y derrumbado la autoestima de la única que en realidad estaba hecha para él.
Eran las tres de la madrugada, cuando, con un tintinear de diamantes, el timbre anunció en su departamento, la llegada de Envy Adams.
Después de su ayuda durante la batalla contra los clones de sí mismo, Envy había decidido usar sus poderes como sacerdotisa para ayudar a gente como Gideon, Perseguidos del Brillo. Después de lo de Clash at Demonhead, era mejor. Su estilo de vida tenía que pagarse con algo.
Gideon se incorporó y caminó por el largo pasillo hasta la puerta principal, en la que la rubia joven, con el cabello en un indescifrable tono rosegold, enfundada en un blanquísimo traje de sin igual belleza, que cubría sus formas con elegancia y sofisticación, forrado en cristal swarovski totalmente transparente y unos stilettos igualmente blancos acharolados, fumaba un cigarrillo con olor a cereza, que mareó al joven genio de los negocios y la música.
- ¿Tenías que traer esa porquería a mi departamento, Natalie?
- Tan encantador como siempre, Gideon - Envy entró sin apagar el cigarrillo y se sentó en el comedor de cristal, en el que había un cenicero frente a ella - Explícame el por qué de tu llamada, cariño. ¿Pasa algo, no es así?
- Scott Pilgrim - y se sentó frente a ella - Eso pasa.
- ¿Temes que pueda vencerte? ¿Has perdido alguna de tus cualidades místicas? - Envy no parecía entender nada. Gideon pensaba que era el fijador y el tinte de cabello y todo lo que usaba en él lo que le había dejado hueco el cráneo. Se equivocaba. Envy Adams era una de las personas más inteligentes que conocía, sin saberlo.
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Visions of Gideon
Fanfiction¿Cómo es ver la mente de otra persona? ¿Qué se siente ver lo que piensa y lo que esos pensamientos hacen en los sentimientos de otra persona? Kimberly Pine descubre justamente eso, con la agravante de que los pensamientos en los que husmea sin quere...