El Principio del Fin

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ℋace muchos años un hombre se dió cuenta de que estaba cansado de ser normal.

El hombre contaba con varias décadas pesándole encima, había dedicado su existencia a la ciencia, y estaba molesto por el hecho de que existieran seres iguales a él en millones de reproducciones. Aborrecía la noción de que ningún individuo fuera diferente, o de que él mismo no fuera más especial que los demás.

Persuadido por la envidia, la vanidad, y el orgullo, decidió crear un cura para mejorar sus capacidades humanas con el propósito de sobresalir entre los suyos.

Finalmente, después de innumerables experimentos, logró conseguir una fórmula para mejorar a la humanidad: creó potentes infusiones que tenían como objetivo hacer de quien los probara más hermoso, más inteligente, más fuerte. Más especial y superior, según las exigencias de cada persona.

Por medio de engaños, ilusiones y promesas dulces, convenció a un gran número de personas para probar su cura, y con el tiempo, sus seguidores comenzaron a experimentar resultados asombrosos.

Aparentemente el experimento era un éxito.

Las demandas del líquido milagroso crecieron hasta alcanzar las puntas de los rascacielos, y al legalizar su consumo, todo ciudadano exigía tenerlo en la sangre.

Era caro, era valioso, era ambiciado. Solo los privilegiados podían obtenerlo.

Debido a esto, Sociedad incorporó el uso de los fluidos a su complejo de estereotipos, por lo que ser "naturalmente" brillante, hermoso, o fuerte, era comprendido como un estándar de referencia fundamental, incluso más estimulado que en siglos pasados.

Para este entornces, el hombre creador había alcanzado su sueño.

Incluso más allá de lo que había imaginado, pues era reconocido como aquel prestigiado, aquel que había mejorado la humanidad, aquel que había trazado la línea entre lo común y lo especial, y aquel que había amasado abundantes riquezas en pocos meses.

Con el tiempo, sin embargo, la estabilidad en el mundo comenzó a sufrir un desbalance.

Los hombres se volvieron celosos e inconformes. Querían más, nunca estaban satisfechos pues siempre había alguien que era mejor que otro. Se dieron cuenta de que no podían dejar de usar su remedio, pues correrían el riesgo de volverse inferiores cuando alguien tomara la ventaja para volverse superior. Tampoco deseaban enfrentarse nuevamente a la verdad, que se presentaría cuando apareciera aquel que demostrara ser mejor sin necesitar ayuda artificial.

E igualmente, temían ellos mismos no poder ser extraordinarios por su cuenta.

Como resultado, su solución concluía todo el tiempo en un dialelo: con más de aquella cura en sus sistemas, y después de unos meses, llegaron a olvidar lo que en su momento había podido considerarse un problema.

Ser dioses se había convertido en una posibilidad al alcance de la realidad. ¿Por qué abstenerse?

Pues bien, los hombres se olvidaron de lo realmente mortales que podían llegar a ser.

Llegó un día en que se desató la histeria. El mismo complejo invadió en absoluto todo encabezado, toda lengua de reportero, toda razón de cotilleo, y llegó a ser cuestionado hasta el más ostentoso título de todo aquel que se hacía llamar doctor. Los expertos descubrieron que el exceso de 'perfección' en los cuerpos de los consumidores de aquel remedio finalmente había comenzado por alterar su sistema nervioso, sus órganos, y cada uno de sus miembros.

Con el avance de los días, los que no encontraron límite ante los primeros efectos colaterales terminaron por volverse locos, horribles.

Y peligrosos.

Poco a poco, al igual que el avance de una pandemia, aquel porcentaje contaminado de la raza humana se convirtió irremediablemente en fenómenos andantes. Aquellos desdichados adquirieron la personificación de bestias incontenibles... y acabaron lentamente con todo lo que en su momento había llegado a llamarse civilización.

A ellos se les acreditó el principio del fin.

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