Era una mañana lluviosa de mayo, los ríos parecían desbordar de sus cauces por esta época que muchos añoran y otros aborrecen, recuerdo que veía a la gente corriendo por doquier y entre ese mar de personas estaba ella, su dolor era tan grande, la lluvia era un buen camuflaje para las lágrimas que le brotaban, vi sus ojos y pude percatarme que ellos yacían cansados de tanto llorar, me acerqué olvidando que iba tarde a trabajar y esa cercanía produjo una sensación poco usual, había algo en mi mente que me decía: haz algo.
Usualmente pasaría de largo al ver a alguien sumido en la desgracia, pero esta desconocida tenía una energía intrapsíquica que clamaba por ayuda. Yo divagué unos instantes, cerciorándome de que ella no notara mi presencia; y luego de unos instantes, decidí comprar un girasol y ocultándolo tomé la decisión de hablarle.
Ella estaba sentada sobre una banqueta, tomándose del cabello como si se sintiera culpable de algo, el maquillaje estaba regado por todo el rostro, su delineador le hacía verse como de alguna historia de terror. De cabello castaño claro, tenía una altura promedio, de tez clara, ojos profundos y avellanados, de nariz respingada, labios llamativos y el rostro como de una chica europea. Esa tarde iba vestida con una combinación hermosa, parecía que había ido a una fiesta, iba vestida de negro con rojo, aunque estaba descalza, sus tacones altos estaban de lado derecho.
Veía como la gente corría intentando esquivar la lluvia, como si corriendo fueran a mojarse menos, cada cual con sus propias preocupaciones y yo estaba allí, viéndola; de pronto las lágrimas de la señorita fueron interrumpidas por mi voz, exclamé:
- Lucía, ¿qué haces debajo de esta lluvia?
Ella dejó de llorar por un instante y me vio directamente a los ojos con un rostro un tanto extrañado y molesto, y respondió:
- Yo no soy Lucía, aléjate de aquí.
Le sonreí y me acerqué a ella, poniéndome de cuclillas para estar a su altura, pues se encontraba sentada, con una mirada serena le dije:
- Lo sé, tan solo quería llamar tu atención.
- Es que no lo entiendes, no sé quién eres y no lo quiero saber tampoco. Si no te vas gritaré que eres un delincuente y vendrán por mí al rescate.
Sorprendido ante su respuesta tan tajante y negativa, decidí verla a los ojos, saqué la flor que tenía escondida y le dije:
- Veo algo de mí en ti, conozco esa mirada, esa ausencia de brillo en los ojos. He tenido que presenciar como todo lo que soñaba se esfumaba ante mí, pero aquí estoy, sobreviví... solo quería que supieras que las heridas cierran, el tiempo pasa y ya verás... los ríos en tus ojos secarán.
Mis palabras fueron como un haz de luz entre el reino de tormentas que atravesaba, sin embargo como todo el mundo, ella dio una respuesta diferente a lo que en ese momento sentía y balbuceó con un tono titubeante lo siguiente:
- Tu no lo entiendes, nadie lo entenderá jamás, solo... vete, por favor, necesito estar a solas conmigo, necesito desahogar este dolor.
- Ánimo, saldrás de esta y de muchas más, por cierto mi nombre es Sebastián, estoy a la orden por si coincidimos en alguna circunstancia de la vida, procedo a retirarme.
Me levanté y le dejé sobre su regazo aquel girasol, esperando la vida volviera a sonreírle...
Recordando que tenía que ir a trabajar caminé hasta la oficina. Quizá se pregunte en este momento, ¿quién soy yo?, me presento: Mi nombre es Sebastián, soy terapeuta en la ciudad de Antigua Guatemala, decidí este lugar por el misticismo que se impregna y se puede percibir al recorrer las calles, es irónico que alguien que ayude a los demás tenga tantas dificultades a la hora de resolver sus asuntos personales, pero como decía un profesor de filosofía "enseño aquello que necesito aprender".
Para mi suerte, el paciente de aquella mañana no se había presentado por un viaje que tenía ese día y que yo había olvidado por completo. En esta profesión he visto tantos casos y sin embargo la señorita de esa mañana se había robado mis pensamientos, tal como si hubiese sido el primer caso que resolvía.
Y hablando de oscuridad, considero que todos tenemos luz y oscuridad dentro de nosotros mismos, aunado de ello algunos poseemos un mal que nadie debe conocer. Sí, yo tengo una voz en mi mente desde que recuerdo, no la controlo, pero tampoco ella me controla a mí, al menos es lo que he intentado. Ante la sociedad soy el gran amigo, por dentro me siento solo y vacío, mis fallas me las recuerda este ser al que le he llamado príncipe oscuro, no importa que tan bien haga las cosas, siempre podré haberlo hecho mejor. Debería de estar en algún centro psiquiátrico, lo sé, pero soy tan bueno fingiendo que nadie nota aún a este amigo y en ocasiones enemigo.
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Athalia
RomanceTodos en algún momento hemos vivido a merced de las sombras del pasado, en ocasiones existe un dolor inenarrable que día con día nos va desgastando. Parece que estamos en un círculo, hasta que de pronto, a nuestro favor sucede algo... o mejor dicho...