... Encontrando pedacitos de felicidad...

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En una ocasión escuché decir que debemos encontrar pedacitos de felicidad, los cuales están dispersos por todo el universo. Debemos encontrarlos y atesorarlos dentro de nosotros para cuando los días fríos vuelven a azotar. Luego de atender a un par de pacientes, finalmente llegó la hora de regresar a casa, solía tener la costumbre de refaccionar en un restaurante ubicado cerca de mi departamento, ese día no sería la excepción. Pasé todo el día pensando en la señorita que había visto esa mañana, de hecho, divagaba entre mis pensamientos cuando de repente la volví a ver, pero en esta ocasión fue un alarido el que me despertó de mi trance.

- ¡Auxilio! ¡Un ladrón!

Fueron las palabras que escuché, entonces visualicé al malhechor que se dirigía hacia mí, traté la manera en que no notara que lo había visto y entonces me abalancé sobre él.

- ¡No escaparás tan fácilmente!

Caímos ambos al suelo, logró asestarme un golpe, pero le respondí con varios golpes más, hasta que de pronto fui yo el que empezó a ganar la batalla y él exclamó:

- Por favor, ¡deténgase! ¡Basta, basta, basta!

- ¿Te crees muy hombre por robarle el teléfono a las damas? Pero debes saber que hay personas que estamos aquí al servicio de ellas y no dejaremos que infames como tú les falten el respeto de ninguna manera. –Entonces, procedí a darle la estocada final, quedando él en el suelo, inerte e inconsciente.

Me puse de pie, victorioso con el celular que le habían arrebatado a la bella dama y entonces alcé mi vista para buscarla entre la gente que de pronto se había reunido, pero que observaban a cierta distancia. Al divisarla, ambos nos sonreímos y me dirigí hacia su encuentro, pero entonces su risa cambió nuevamente en un estruendoso grito:

- ¡No! ¡Cuidado!

Fueron las palabras que escuché de ella, entonces mi semblante cambió; pero luego comprendí, pude sentir como una bala me laceraba la piel. El celular se me fue de entre las manos y yo caí al suelo, intenté levantarme, pero sonaron dos disparos más.

- ¡Agárrenlo! ¡Acaba de dispararle a este joven! -Fue lo último que escuché antes de quedar inconsciente.

Al abrir los ojos, lo primero que pude sentir fue una opresión sobre mi pecho, me di cuenta que me encontraba en un hospital, al menos estaba vivo. No sabía cuánto tiempo había transcurrido, quizá un par de horas, de pronto una voz angelical hizo que mi vista se dirigiera hacia mi lado derecho:

- ¡Despertó! –era ella, la dama que se había robado mis pensamientos y por quien yo había luchado valientemente.

- ¡Hola! ¿Cuánto tiempo ha pasado?, por cierto, mi nombre es Sebastián. Le respondí un tanto quejumbroso.

- ¡Me alegra verlo vivo! ¡Los doctores tenían sus dudas de si lograría sobrevivir! Por cierto, mi nombre es Athalia.

- Es un gusto conocer su nombre por fin, lamento que haya tenido que ser de esta forma, le ruego me perdone, creo que no estoy vestido decentemente en esta ocasión. –Percatándome que llevaba puesta una bata de hospital.

- No se preocupe, gracias por tan noble gesto, ha sido una semana muy difícil en donde me he preguntado si valió la pena haber gritado, total, los teléfonos vienen y van.

- Calma. –Fue lo último que le susurré antes de que tuviésemos una conexión espiritual, nuestras miradas se cruzaron y por un instante solo éramos ella y yo. Nos sonreímos y nuestras miradas parecían hablar un lenguaje antiguo y universal. De pronto, nos olvidamos que estábamos en el hospital y creamos un universo paralelo en el que nada, ni nadie podía inmiscuirse, éramos solo nosotros, supe que ella sería mi pedacito de felicidad.

Fue entonces que recordé que nuestro primer encuentro estuvo dominado por la tristeza y el dolor, así que me encontraba ante ella, sonriéndome, aunque sabía que en el fondo tenía una historia que contar, ¿quién era Athalia?¿Por qué lloraba?

AthaliaWhere stories live. Discover now