Endúlzame este instante llamado eternidad

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Después de secarme las lágrimas me di cuenta que tan sólo había sido todo una reminiscencia, este era un nuevo comienzo, una nueva oportunidad. Después de todo, acababa de librarme por escasos centímetros de conocer el Seol. Para despejar mi mente, pedí papel y lápiz pues antes de dedicarme a estudiar los secretos universales de la psique, me gustaba plasmar la belleza del mundo. Recordé un hermoso paisaje que había visitado años antes en una de las conferencias que brindé sobre la resiliencia y las experiencias límite.

Empecé dibujándome de espaldas observando el horizonte, a mi alrededor el césped verdoso y bien cuidado, dibujé también algunas ovejas y de lado derecho parte de una cabaña, al fondo se observaban nubes, sin embargo el lugar en donde estábamos era tan alto que se creaba el efecto de que estábamos por encima de esas nubes, únicamente a lo lejos se divisaba la punta de tres volcanes. Un lugar tan mágico, que en su momento el poeta Diéguez Olaverri dedicó versos. Cuando estuve a punto de terminar, me di cuenta que me faltaba algo, borré parte del dibujo, porque me di cuenta que no era algo... era alguien. Pasó por mi mente: "Y si Athalia hubiese estado a mi lado..." así que, también la dibujé a mi lado. En ese momento perdí la noción del tiempo e imaginé una y mil historias al lado de ella, pensé en al menos veinte formas de decirle que la quería, sin utilizar las palabras, suspiré y volví a la habitación del hospital.

Pero no supe nada sobre ella, ni un mensaje, ni un recado. Me visitaron amigos y colegas, pero ella no apareció. Pasaron los minutos, las horas, los días y conforme avanzaba el tiempo se concebía la idea de que quizá había acelerado las cosas, hacía tan solo algunos días éramos dos desconocidos, cada cual con su propia historia, cada cual con sus propias heridas. Por fin, me dieron de alta; así que le pedí a Antuaneth, una amiga de toda la vida, que me trajera vestimenta y saliéramos por un café. La sorpresa me la llevé cuando vi entrar nuevamente a Athalia, con la ropa que le había solicitado a Antuaneth.

- Hola, quizá no soy la persona que usted esperaba. – me susurro con tono penoso.

- Eehhhmmm... honestamente estoy un tanto desconcertado. – le respondí titubeante.

- Lo siento, fue idea de su mejor amiga, la conocí el otro día que usted estuvo grave. Eso me recuerda que debo pedirle una disculpa por no visitarle luego de aquella conversación que tuvimos.

- No se preocupe, en realidad aún somos desconocidos... De hecho, le agradezco por traer la encomienda que le pedí a Antuaneth.

- Sí, tiene razón. Quizá no debí venir.- expresó con un tono depresivo.

- Oh, perdone, Athalia. Esa no era la intención de mis palabras. Me refería a que comprendo que no haya venido, con el tiempo quizá sepa el por qué, lo importante realmente es el aquí y el ahora. Y le doy gracias por dedicarme algunos minutos de su tiempo.

- Que linda forma de pensar.- respondió con un tono de desahogo.

- Perdone el atrevimiento -suspiré- ¿aceptaría salir a tomar un café conmigo? (Estuve a punto de decirle "como amigos", pero cuando un hombre ama a una mujer, lo sabe desde el primer momento en que la ve).

- Me parece bien. -Dijo ella con un brillo en sus ojos, lo trató de disimular tratando de desviar mi mirada y agregando- además, hoy es un lindo día.

Me dispuse a vestirme y aunque se me dificultaba un poco caminar, salimos juntos del hospital. Tomamos un taxi hacia el café Retrouvailles. El tráfico estaba en su hora pico, por lo que nos quedamos varados por quizá unos quince minutos, la cafetería se encontraba a dos cuadras, entonces decidimos caminar lo que restaba. Era extraño caminar con ella a mi lado, hacia tanto tiempo que no me sentía así; al caminar, todos podían ver lo feliz que me hacia su compañía. Ella, por otra parte parecía otra chica, tan vivaz, tan llena de energía. Esta sinergia que se creaba entre nosotros no pasaba desapercibido ante la mirada de los la muchedumbre, quienes parecían contagiarse del momento de felicidad. Entramos al café y nos sentamos justo donde había un ventanal inmenso que mostraba la belleza singular de la ciudad.

Pedimos nuestro café, ella un capuchino y yo un macchiato.

- Tengo la costumbre de agregarle azúcar al café. – le mencioné.

- No se preocupe, yo también. – me secundó.

- ¿Cuántas cucharaditas le sirvo? – pregunté con cortesía

- Tres, por favor. – me susurró.

De pronto un nuevo cruce de miradas nos sorprendió de improviso, ambos nos ofuscamos, pero lejos de bajar la mirada, permanecimos atentos con una sonrisa afable y sincera. Ella rompió el silencio y preguntó:

- ¿Puedo devolverle el favor endulzándole el café?

Con una sonrisa y un tono enternecedor susurré:

- Muchas gracias, también tres para mí. – Aunque honestamente, quería que me endulzara ese instante, llamado eternidad. 

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⏰ Last updated: Jul 04, 2020 ⏰

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AthaliaWhere stories live. Discover now