Manwë acostumbra hacer reuniones en casa cada cierto tiempo. Recientemente invita a Melkor y Mairon, pero un sinfín de cosas se interponen; Manwë termina borracho y bailando en el centro de la mesa, mientras que Melkor y Mairon despiertan en la mism...
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Cuando Melkor logró sentir por pocos segundos en sus párpados la luz del sol colándose por las ventanas, que tenían cortinas oscuras, gruñó y lo que sea que su mano estaba tomando, lo apretó con fuerza.
En su habitación había confeccionado todo a un color negro para evitar precisamente eso tan molesto, el sol. Quería evitar a toda costa, sentir la mañana restregándose en toda su cara de amargado.
En seguida logró escuchar el canto de los pájaros y entre sueños maldijo a su hermano menor por colocar comida para esas bestias fuera de los departamentos. La cantidad con la que Manwë amaba a los pájaros en especial, era la misma cantidad que Melkor los odiaba y deseaba terminar con todos y cada uno de ellos.
Esta mañana sin duda, era una joda para el azabache, porque aún deseaba seguir durmiendo en cama, sin obligaciones que le esperasen y claro, seguir abrazando aquello tan cálido que tenía entre brazos. Además, el dolor de cabeza parecía partirlo en dos. Sin duda, la resaca es lo que más detesta, pero no puede decir que dejará de tomar, eso es algo que lo describe perfectamente.
—Urgh... —Bauglir carraspeó la garganta, y por quinta vez intentó volver a conciliar el sueño.
Apretó los labios. Se removió entre las oscuras sábanas, y sus dedos los reacomodó en aquello que creía era una almohada enorme y cuál fue su sorpresa cuando entré su pulgar e índice atrapó lo que parecía ser un pezón (debido a su trabajo sabía identificar perfectamente la textura de ciertas partes del cuerpo). O al menos, eso fue lo primero al llegar a su imaginación, la cual aún creía estaba en un gran vuelo.
Incrédulo aún pellizcó con poca fuerza y le pareció haber escuchado un quejido, más de dolor que de placer. Aún creía que era su imaginación jugándole una mala pasada, pero recordó que la noche anterior su hermano había hecho una reunión entre colonos, y ciertamente, Melkor jamás hubiese aparecido porque las "fiestas" de Manwë consistían en un poco de té y galletas, libros y chismes, todo totalmente un juego de niños y señoras con más de tres décadas para Melkor.
Sin embargo, le llegó al mayor el rumor de que cierto vecino de hebras carmines asistiría. Y pese a que Melkor era un maldito, no era un idiota; llevaba años queriendo llamar la atención de ese joven que presintió, esa era su oportunidad. Pensó que al menos se llevaría el número de teléfono del chico, ya sea por las buenas o por las malas, normalmente era por las malas.
Después de haber llegado a la pulcra casa de su hermano Manwë, con un buen cargamento de alcohol y chucherías, y haber bebido de forma inimaginable, Melkor ya no recordaba mucho más que ciertas escenas borrosas. Era un asco para beber, pero sabía de cierta forma, disfrutar el placer que la bebida le brindó.
La imagen de Varda molesta le vino a la memoria y sonrió de oreja a oreja. También recordó haberle aconsejado a Manwë beber un poco más y con suerte dejaría de ser tan aburrido. Recordó también el momento en que sus ojos azabaches se encontraron con los ocres de Mairon, su vecino de lado y también, la razón por la que se presentó en esa fiesta.