Cosquillas en el estómago

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-¡Ago! ¡Párate! —gritó el pequeño rubio mientras intentaba seguir el ritmo de su amigo.

-Venga Raoul, no me seas flojo.

-¡Tengo piernitas cortas! Que me lo dice mi mamá.

-¡Pero eres rápido! ¡Vamos, píllame!

Puños apretados, respiración descontrolada, gemelos a punto de arder, pero con seis años eso no lo notas, sólo vas a por tu objetivo.

Agoney no va a admitir que redujo un poco el ritmo, y si él no lo hace, Raoul no dirá que lo notó de sobra.

-¡Pillado!

-Pues ahora… ¡cosquillas! —gritó girando y llevando sus dedos a los costados de su amigo, que se retorcía entre alaridos.

-Agooo, para, para, que he ganado, esto es injusto.

-Venganza por salpicarme antes.

-Yo no he sido, ha sido la lluvia. —contestó alzando las cejas y recuperando el aliento, pues las cosquillas habían cesado.

-Si claro, lluvia mágica en Agosto que encima huele al estanque. —se burló, exagerando la gesticulación..

-¡Chicos! —oyeron al padre del canario, interrumpiendo su conversación—¡Ya es hora de volver! ¡Se acerca tormenta!

-¡Te lo dije! —exclamó Raoul abriendo los ojos como platos —Espera... Pero si no tiene sentido... ¡Ala! ¡Que soy mago!

-Si claro, seguro que es una escusa porque están cansados, si no hace casi aire.

-¡Picao!

-¿A que vuelvo a empezar con las cosquillas?

-¡Chicos! ¡Venga, venid!

Los dos amigos se miraron entrecerrando los ojos, para echarse a reír un par de segundos después y finalmente ir hacia la voz que les llamaba.

-Por fin un poco de lluvia —comentaba uno de los hombres cuando llegaron hasta allí.

-Pero... ¿Cómo va a haber tormenta si es verano? —objetó el menor, intentando que le diesen una respuesta para convencer a su amigo de que había sido él, que era mago.

-Porque las tormentas de verano existen, hijo. —habló tierna su madre.

-Y son mucho peores que las de invierno. Más ruido, más agua, muchos rayos y truenos y…

-¡Manolo! No asustes al crío.

-A mi no me dan miedo las tormentas. —contestó dudoso, aún intentando unir los conceptos de calor y lluvia en su mente, ya que si no había sido él, el universo tenía que estar volviéndose loco.

-Claro que no, chico grande —le revolvió el pelo la madre de su amigo. —pero mejor nos vamos, que tampoco estáis como para pillar un resfriado, que luego no podéis salir y os ponéis tristes. Venga, despedíos.

-Adiós Raoul. —se despidió el canario con una sonrisa, acercándose para darle un abrazo que el otro aceptó con gusto.

-Adiós Ago.

-A lo mejor no eres mago, pero si adivino. —le susurró justo antes de separase.

Con una sonrisa como respuesta, el catalán decidió dejar un sonoro beso en la mejilla de su amigo, y juraría que fué como un chispazo.

Ambos niños fueron a sus casas con ese hormigueo por todo el cuerpo que produce la felicidad.

Esa noche, en su habitación, Raoul descubrió que si, las tormentas de verano eran peores que las normales, porque él había guardado su ropa de invierno, —bueno, lo había hecho su madre, ¡pero él había ayudado!— y de repente tenía frío. Y la lluvia se oía en los cristales y cuando cerraba los ojos aún veía los rayos caer.

A él no le daban miedo las tormentas. Pero no le gustaban las mezclas raras, como la menta en el chocolate, la pizza en la piña… o el frío y los truenos en la estación del sol.

Aunque había algo que no le acababa de disgustar, y es que si bien esa tormenta le había descontrolado un poco la respiración, también le producía una especie de... cosquillas en el estómago.

Y esa sensación, no entendía por qué, le gustaba. Como si le recordara a la seguridad de unos brazos rodeándole. Como si los truenos fuesen en realidad carcajadas en su oído, y el negro del cielo simplemente unos ojos oscuros mirándole con cariño.

Aún era muy pequeño para entender las asociaciones que hacía su cabeza, pero nunca olvidará que esa noche soñó estar en mitad de la calle, en una tormenta de verano, corriendo de la mano con el canario de paletos separados.

Y muy dentro de sí, en esa parte de la consciencia dormida de un crío, lo entendió, nunca temería a una tormenta de verano —aunque le molestase que irrumpiese su temporada de calor— si cuando las hubiese su mente las relacionaba con Agoney, el chico que le despeinaba el tupé, tal y como lo hacía el viento cuando había tormenta, y que además le provocaba cosquillas en el estómago.

Tormentas de veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora