La adrenalina del miedo

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Tenía quince años cuando pasó de no entender, a tener miedo.

A las tormentas, y a él.

-Venga Raoul, no me puedes decir que no te parece guapa.

-Joder, Luis, que si, es guapa pero no me liaría con ella.

-Nunca te liarías con ninguna, Vázquez.

-Es que no sé, Jorge, vosotros la veis y pensáis eso, yo… no.

-¿Y con quién te liarías tú, si se puede saber?

-Yo con su hermano.

-¡Mireya! —exclamó el rubio sonriendo a su mejor amiga —¿Dónde te habías metido toda la semana?

-Había ido al pueblo de mi madre, ni una raya de cobertura, lo siento cielo.

-Con ella si te liarías ¿no?

-Tío, eres muy pesado.

-Además creo que Mireya prefiere gente más del otro lado del Norte.

-Oh no, no vais a empezar con eso.

-Venga, chica, que Roi no hace más que negarlo, ¿os liasteis en las fiestas?

-Si él dice que no, es porque no pasó nada.

-¿Habéis visto a Agoney? —preguntó el catalán, alejando la atención de su amiga, como antes había hecho ella con él.

-Dijo que venía, pero le mandé un mensaje antes y nada. Le habrá dado pereza.

Raoul ya había aprendido como se sentía el aire, pesado y caliente todo el verano, excepto en los días que al pasar, sentías que te helaba los huesos, siendo consciente de lo que iba a pasar, haciendo silbar a los árboles, como si algo no cuadrase, como si algo fuese mal.

»¿Con él si que te liarías? —preguntaron irónicamente, ya yendo hacia el centro del campo dispuestos a jugar con la pelota un rato más antes de volver a casa.

Y Raoul se quedó helado, oyendo el aire silbar en sus oídos y las ramas sacudir sus hojas secas.

Mireya le tocó un hombro, haciéndole un gesto para que les siguiese, así que sacudiendo la cabeza, fue con ellos.

-Chicos, va a haber tormenta. —anunció cuando se volvieron a sentar, sudados, tras un pequeño partido improvisado.

-A ver si es verdad, y hace menos calor.

-El calor de después de las tormentas de verano es más fuerte.

Eso era otra cosa que Raoul había aprendido, aunque aún no era un pensamiento que considerase relevante.

-Bueno, ¿qué hora es?

-Las diez.

-Pues yo tengo que ir volviendo ya a casa.

-Todos, Alfred.

Después de un par de minutos cogiendo aire, cada chico fue camino a su casa.

-Raoul, ¿vienes?

-Si… —una gota cayó en su hombro mientras respondía, y en la lejanía resonó un trueno, pero el lo sintió en el estómago, segundos después, un rayo cayó a su izquierda, pero él captó movimiento a su derecha —o no, mejor no, ve yendo tú, que hoy voy por el camino corto, Mire.

-Está bien, ten cuidado con la tormenta.

-Y tú, amiga, nos vemos.

La chica desapareció al momento en el que el agua empezó a rebotar con más fuerza sobre sus cuerpos y Raoul, entrecerrando los ojos, se acercó apresurado al edificio que tenía al lado.

Respiró cuando llegó al lado de aquella figura, y reconoció perfectamente el olor que le vino, tierra reseca siendo humedecida, pero esta vez, le olía amarga.

-¿Qué coño te ha pasado? ¿Agoney? —cogió su cara, repasando levemente el pómulo amoratado.

-Deberías ir a casa, hay tormenta.

-Agoney, que cómo cojones te has hecho esto.

-Yo…—suspiro, renunciando a las escusas al ver la expresión preocupada de su amigo —joder, no quería ¿sabes? Yo… —hablaba bajito, tanto que Raoul tenía queda esforzarse para distinguir su voz del tronar del cielo. —venía para aquí, y me crucé con dos chicos, sólo les había visto un par de veces, de verdad, pero… no sé, yo miro a todo el mundo, pero… Cuando pasé por su lado uno de ellos me chocó con su hombro y me... me dijeron… me dijeron que qué miraba, que si yo—respiró hondo, a estas alturas, aunque costase, se podían distinguir sus lágrimas de las gotas que empapaban sus mejillas. —que si era maricón.—un trueno molesto, demasiado sonoro—Y pues yo… joder, a mi me apetecía sentirme bien, ¿sabes?, por una vez, y… les encaré y les dije que… que si, y que no… que no había problema en eso. Pero se acercaron y… —apoyó su espalda en la pared, intentando llenar sus pulmones, entonces vino un relámpago, demasiado cerca—porque pasó gente, Raoul, pasó gente y pude salir corriendo con sólo un ojo morado, si no… no sé…

El rubio, estupefacto, le abrazó lo más fuerte que pudo, temblando como una hoja, por estar empapado, nervioso y enfadado.

Sentía a su amigo sollozar en su hombro y fue entonces cuando notó las puntas de los dedos arder, con mucha rabia.

Las ganas de golpear los ladrillos aumentaron en él, y ya tenía los puños cerrados y apretados cuando un rayo cayó a unos metros de ellos, provocando un chispazo que apagó una farola y les hizo saltar.

En ese momento, Raoul tuvo miedo, mucho miedo. Por la tormenta, que le había mostrado que de cerca no era para nada inofensiva, y podría arrasar con todo si daba en el punto exacto. Y por él, porque mirando a las orbes oscuras que tenía enfrente sólo podía pensar en curar ese moratón, curarlo con saliva, con besos frágiles, recorrer su piel con todo el cariño que tenía en su cuerpo, y bajar, a sus mejillas, a las comisuras de sus labios, y seguir. Hacer exactamente lo mismo que había provocado ese golpe.

Porque el joven catalán tenía claro que en su vida se había fijado más en los chicos que en las chicas, pero ninguno le había provocado lo que parecían provocar las mujeres en sus amigos. Hasta ese momento.

Quizá ese punto de adrenalina que tiene el miedo, esas ganas de ir contra todo, fueron los motivos de que despertarse en él ese sentimiento. Quizá fue ver el cuerpo del moreno empapado, aferrado a él como si fuese su único pilar. Quizá fue sentir que él mismo sería una tormenta dispuesta a acabar con todo si como conclusión ese chico que tenía enfrente lograba ser feliz.

Porque a él le fascinaban las tormentas de verano por ir contracorriente, justo como hacía aquel canario de pelo rizado.

Y si la tormenta puede ser libre, él también lo será, aunque le aterre estallar en el momento exacto y que todo explote. Sabe que sería fascinante verle en todo su esplendor.

Por eso, bajo esa tempestad que les tenía congelados de frío y algo de pánico, Raoul decidió que su sensación favorita a partir de aquel momento era esa: tener fascinación hacía aquello que le aterraba.

Tormentas de veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora