Su propia tormenta de verano

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-No es buena idea.

-Raoul…

-Va a haber tormenta.

-Siempre igual.

-Y siempre acierto.

-Ser meteorólogo no es ser adivino.

-No mezcles. Siempre sé cuando se avecina tormenta de verano.

-Bueno, pero es igual.

-¿Quién coño hace un castillo de latas en mitad del campo y no hace caso a su amigo el que sabe que van a caer rayos?

-No seas dramático, pollito.

-No me vas a ablandecer con motes, estás haciendo una tontería.

-Ya me queda poco.

-Lo mismo que para que empiece a tronar.

Agoney era como una tormenta de verano. Impredecible, descontrolada, libre, fugaz, peligrosa. Lo había sabido desde siempre, lo había reafirmado cuando al observarle se sintió igual que cuando veía los rayos desde su habitación, lo había dado por definitivo cuando descubrió que la fascinación y el miedo que le tenía a las tormentas era la misma que le producían sus sentimientos hacia él.

Definitivamente, Agoney era su propia tormenta de verano.

-¡Te lo dije! —le gritó mojándose con las primeras gotas.

-Pues recojo y nos metemos dentro. Pero mañana lo hago.

-¿¡Y si te cae un rayo!?

-¿Cuántas probabilidades hay?

-¡Más que de morirte por un ataque de tiburón!

-Raoul, te estas poniendo histérico, metete en la casa.

-¡No!

-Venga, que en dos minutos he recogido esto.

-¡Déjalo así!

El canario bufó desmontando aquel castillo y metiendo las latas en una bolsa de tela que estaba a su lado.

»¡Ostia Ago, que hablo en serio!

-¡Raoul! ¡Métete dentro!

Oídos sordos.

-¡Ostia Raoul! ¿¡Qué coño haces!? ¡Vete!

Mojado, moviéndose a toda velocidad, entre truenos y siendo visible por los rayos y la poca luz que desprendían las farolas del portón de aquel edificio.

-¡Raoul! Ya casi he acabado, ahora voy, ¡pero métete, por favor!

Agoney era como una tormenta de verano, que en mitad de la sequía, regaba cada árbol, llenaba cada río, se llevaba el pesado calor y daba ganas de abrazar.

El canario que, cansado de gritarle, había apresurado su recogida y se disponía a ir hacia él con fuego en los ojos.

Debajo de la lluvia torrencial, el viento soplando, pitando en sus oídos, empapados, ambos, entre corrientes de electricidad potentes y mortales.

Esos ojos negros como el firmamento pero con el brillo de todas sus estrellas, mirándole a él.

A sus 20 años por fin se admitió que si, Agoney era su tormenta de verano. Pero también era mucho más.

-¡Creo que te quiero!

Impulsivo, como los rayos que caen de golpe. Y todo rayo conlleva una respuesta de la tierra.

Tormentas de veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora