Epílogo

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El día era soleado, parecía un día como cualquier otro para el resto del mundo, pero no para aquellos que se encontraban en aquel cementerio.

En aquel cementerio había de todo, un padre rezando con un micrófono en manos, hombres, mujeres, niños y niñas, recién nacidos, ancianos y adolescentes.

También habían oficiales, demostrando su luto y pena por las familia que habían perdido a uno más, eran muchos oficiales muertos y muertas, muchas reclusas que al fin serían libres, tal vez no en la tierra, pero si en el cielo y a las que de verdad lo merecían, seguirán teniendo su castigo en el infierno.

Muchos se preguntarán ¿Por qué? ¿Por qué en el cielo?

Me tomaré la molestia de responderles.

Ahí en ese lugar, a dónde fueron a parar, no les importo las razones, solo los daños, muchas de ellas no tenían los recursos suficientes para alimentar a sus hijos o familiares, no tenían para pagar su educación, pagar una renta, el medicamento de una personas querida, entre otras cosas.

Alguna de esas razones, más la desesperación, impotencia y tristeza, las incitaron a cometer algún robo, alguna estafa, lo que se les ocurra, con el único fin de sobrevivir.

Cada quien se encontraba a un lado de la reclusa que llegaron a conocer, de amar, de encariñarse. En cada lápida había una cruz con el nombre de la mujer u oficial que se encontraba dentro de aquel ataúd.

Cada uno se encontraba cerrado, pues no podían con la realidad que aquellos ataúdes se encontraban vacíos, pues los cuerpos se convirtieron en polvo, quedaron irreconocibles después del desgarrador incendio.

Había lágrimas, sollozos, gritos de impotencia, había personas que no lloraban, pero en sus rostros se les miraba pena.

Cada lápida se encontraba con personas rodeándolo, excepto dos.

Esos se encontraban al fondo, casi invisibles, no había flores en ellos, personas llorando y demostrando pena, no había nada. En aquellas lápidas había una cruz que los identificaba junto a un nombré en ella.

Arabella Acker se leía en uno, mientras que el otro se leía Freya Camilleri, la noticia había conmocionado a muchas personas, pues muy pocos sabían de la existencia de las hija de Leroy, a pesar de que Freya no era hija de sangre, para él era una más, para muchos, ellas habían muerto ya hace años, aun así, a pesar de darse a conocer el lugar donde las sepultarían, nadie las visitó.

O al menos eso se veía.

A muchos metros de distancia, en un lugar alto, en donde se podía ver todo lo que sucedía claramente, había una mujer vestida de negro, a sus costados había cinco personas, cuatro hombres y una mujer.

Ellos miraban con detenimiento como poco a poco reporteros, periodistas o fotógrafos, rodeaban la lápida para después mostrarla en las noticias.

Cada persona de las que se encontraba a los costados de la chica, incluyéndola, sonrieron. Estaban felices de lograr su cometido.

Hacerles creer al mundo, que Steel Doll había muerto.

Arabella Acker

Después de la forma en la que me sacaron de la cárcel, no podía creerlo, al abrir los ojos estaba en la habitación de un desastroso hotel siendo atendida por un médico clandestino. Me sorprendió mucho saber que estaba viva, que Freya estaba viva, estaba sorprendida al ver que todos estábamos bien. Aarón y los chicos nos explicaron su plan, nos contaron lo que sucedió y lo que hicieron.

Un par de balasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora