CAPÍTULO I: UNA GRAN MANSIÓN

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Hola. Mi nombre es David, tengo 18 años. Hace tres meses mis padres fallecieron cuando el crucero en el que iban se hundió, por lo que el papá de esa niña me ofreció trabajo de jardinero en su propiedad, para poder mantenernos mi hermana Daniela, de 14 años, y yo. Resulta que ese señor es dueño de una importante compañía que produce café y, como es de esperar, su casa es enorme, además de tener un enorme jardín lleno de árboles frutales, cedros, pinos, un riachuelo y un estanque, casi parece una reserva forestal. Es tan grande la propiedad que está falto de obreros para cuidarla como se debe. No tengo estudios superiores ni carrera ni nada parecido, solo el bachillerato de la secundaria. Me encanta la jardinería, sobre todo las flores, trato de aprenderme su lenguaje, pero son tantas... ¿por dónde empezar?

Bueno, sigo con el relato, que me desvío. El señor, que se llama Gerardo, fue al funeral de mis padres y nos ofreció a mi hermana y a mí ir a vivir a su casa, con la condición de que yo debía trabajar para él como jardinero y ella como criada, además de seguir estudiando. Con todo gusto aceptamos y terminado el tiempo de luto, nos fuimos.

Ahora estoy aquí con Daniela, de pie frente a un portón que más bien parece la entrada a un palacio. Después de él se ve un camino, pero no veo a dónde lleva debido a la cantidad de árboles que hay. Llamo al timbre y me contesta un hombre:

-Buenas ¿Se le ofrece algo?

"Eh..." dudo al responder.

-Ah, buenas, somos David y Daniela, el señor Gerardo nos invitó a venir.

-Un momento. -pasan unos segundos- Adelante, por favor. -el portón se abre de par en par- Sigan el camino y no se desvíen.

-Muchas gracias. Vamos, Daniela.

Ella asiente a mi indicación y nos adentramos. El camino está inclinado, por lo que deduzco que la casa queda en la cima de algún monte. Conforme vamos avanzando la vegetación cambia, al entrar hay árboles frutales. Veo árboles de aguacate, cacao, guayaba, guanábana, higo, kiwi, limón... ¿Eso es un venado? Mandarina, mango, maracuyá, naranja, papaya y una que otra palmera de cocos.

Seguimos avanzando y el camino no parecía tener fin. Llevamos al menos un kilómetro, de vez en cuando el camino dobla para la derecha o la izquierda. Parece que hace un zigzag muy grande. Nos detenemos un momento para descansar y vemos el paisaje desde un altiplano. Vaya que es una vista hermosa. De ahí se ve el portón y sí, llevamos mucho recorrido. Tal vez podrían haber recortado mucho presupuesto si hubieran hecho el camino recto. Después de reponernos, seguimos. No mucho después por fin vemos la casa, aún faltaban como 200 o 300 metros más, pero con verla ya estoy más tranquilo. Se acabaron los árboles y solo quedan arbustos de fresas y sandía. "¿A don Gerardo le gustará tanto la fruta o solo la cultiva para venderla?" me pregunto.

Robo un par de fresas para nosotros y seguimos. De repente estamos en un campo lleno de flores, flores que nunca antes había visto, por lo menos en persona. Rosas de todos los colores, lirios, girasoles, hibiscos, margaritas, violetas, claveles y otras tantas que no conozco sus nombres. En medio del campo veo un mariposario, vamos hasta ahí corriendo, llenos de curiosidad, y, efectivamente, está lleno de esos pequeños animales que me encantan. Luego de contemplarlas un poco, nos dirigimos a la casa, que queda a unos escasos metros.

Llegamos desde la derecha de la misma, y ahí está don Gerardo esperándonos. Frente a la casa (o, mejor dicho, mansión, inmensa y de unos tres pisos), hay una rotonda con la estatua de un ángel en medio. Llegamos donde él y nos abraza:

-Me alegro de verlos aquí, debió ser un viaje duro.

-Sí –dije yo-, el camino es hermoso pero muy largo y empinado.

Juro que volveréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora