EPÍLOGO: LO QUE DESEO DE TI

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Duele ser rechazado por segunda vez en tan poco tiempo. A pesar de mis insistencias ese día frente a la fuente, y en los días siguientes, Lila no daba su brazo a torcer. Una semana después en el aeropuerto cuando ella se dirigía a España a por su tratamiento, yo seguía insistiéndole incluso ahí. Enojada, nos señaló a ambos (Elizabeth y yo) y nos gritó:

-En el tiempo en que no voy a estar aquí ustedes dos se van a llevar bien, se van a hacer más cercanos, y tú David, te olvidarás de mí. Es una orden.

Elizabeth me tomó el brazo y se despidió de Lila lo más contenta que pudo.

El tratamiento duró alrededor de ocho meses, en los que Elizabeth continuó viviendo en la casa de don Gerardo, persuadiendo a sus padres de que el aire aquí es muy limpio, y que le haría muy bien a su salud mientras llegaba la medicina que esperaba. Y sí, los convenció, por lo que estuvimos juntos todos los días, tal y como lo querían ella y Lila. Ella me ayudaba con la jardinería cuando tenía que cuidar las flores. Le enseñé bastante acerca de ellas, y del lenguaje de las flores también.

No voy a decir que Elizabeth nunca me atrajo, para nada, es una mujer preciosa tanto por fuera como por dentro. Simplemente yo tenía los ojos puestos en otra mujer. Finalmente pasó lo inevitable, y ella me terminó gustando. No tanto como Lila, pero sí lo suficiente como para llamarlo un pequeño amor culposo.

¿Se preguntan si nos besamos? Pues claro. Ella tenía la mala costumbre de colarse a mi cuarto cuando le daba la gana, así que para evitar esa situación tuve que hacer una jugada muy arriesgada: mientras discutía con ella los motivos por los que no debería entrar ahí sin permiso, ella me exigió una razón de vida o muerte que impidiera eso. Entonces, medio enojado, medio avergonzado, la tomé de los hombros y la besé. Luego le dije:

-Si vuelves a entrar aquí sin permiso, este va a ser el último que te voy a dar.

Se puso roja como un tomate, y me empezó a golpear en el pecho llamándome tonto muchas veces. Luego se sentó en mi cama, tomó mi almohada y cubrió su rostro con ella. Luego, asomándose un poco dijo:

-Entonces, si pido permiso, ¿me volverás a besar?

-Claro que sí.

Y ahogó en la almohada un grito de alegría.

Lila volvió con el medicamento, listo para ser aplicado en Elizabeth en un hospital cercano. Cuando ella fue a dárselo a los padres de ella, me llevó a mí también. Ahí, Elizabeth me presentó como el hombre al que amaba. Contrario a la reacción violenta que esperaba por enamorarse de un jardinero, su madre estalló en llanto de alegría:

-No lo puedo creer, después de tantos años, mi hija al fin se ha enamorado de alguien. ¡Qué feliz soy!

-Muchacho -dijo su padre-, confío en mi hija, y si has logrado atravesar las barreras que ella le pone a la gente para entrar en su corazón, es porque tienes algo especial. Pero debido a que ella aún es menor de edad no puedo permitir que se casen hasta que ambos hallan sacado sus carreras universitarias y puedan costearse sus propios gastos.

Cierto, casi olvido que ella es un par de años menor que yo, o sea, tiene dieciséis.

-¿No cree que es muy pronto para hablar de matrimonio? Ni siquiera somos novios aún.

-Tienes razón, todo a su debido tiempo, no es bueno saltarse etapas. Primero necesitamos que ella se cure de su enfermedad, luego podrán seguir adelante con su relación. Me caíste bien, muchacho, cuida muy bien de mi hija.

-Eso haré, señor.

*****

Y así pasó, Elizabeth pudo recuperarse de su enfermedad. Lila empezó a estudiar para administrar la compañía de su padre. Cinthya mantiene una relación con Tobías, que compró una casa cerca de la nuestra para poder seguir viéndola. Al parecer, él le está ayudando a Cinthya y a sus padres para saldar la gran deuda que tienen.

Yo, por mi parte, creo que seguiré cultivando este sentimiento que ella plantó en mi corazón.

Juro que volveréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora