CAPÍTULO V: ¡FELIZ CUMPLEAÑOS!

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Cerca de las tres de la tarde empiezan a llegar los comensales. Felipe, que también está de camarero, me va indicando quién es quién. Ministros de gobierno, colegas empresarios, inversionistas, rectores de universidades muy prestigiosas, y algún que otro periodista invitado, además de la propia familia de Lila.

Mi trabajo consiste en llevar copas de champán a los comensales. A cada minuto que pasa, más gente llega. Incluso veo algunos guardaespaldas para las personas más importantes.

Ya para las cuatro son ciento cincuenta personas repartidas por toda la casa: en la terraza, en el jardín, unos cabalgan, otros nadan... Las mesas están distribuidas bajo unas carpas en el césped detrás de la piscina, que queda en la parte trasera de la casa. La orquesta toca Traumerei ("Ensueño"), de Schumann. Una estatua de hielo inspirada en Lila adorna una esquina del salón, y la fuente de salsa para nachos de la que me había hablado Felipe está en el centro de la mesa de bocas. Y ahí estoy yo, ofreciendo copas cuando, después de un par de horas, al ir a la cocina a buscar más, desde la jamba de la puerta trasera, una señorita, bajita y rubia, un poco menor que yo, y que luce vestido azul marino de cola, me llama.

-Disculpa ¿me puedes traer un poco de agua, por favor? No me siento muy bien.

-Claro, señorita, ya mismo se lo traigo.

Hago caso de su petición, y vuelvo lo más rápido posible.

-Aquí tiene.

-Gracias.

Saca una pastilla de su bolso y se la toma.

-Tú debes ser David, ¿verdad?

-Sí... ¿Cómo sabe mi nombre?

En ese momento, la música se detiene. Las luces bajan. Todos los que estaban fuera entran entonces. "Aquí está", me dijo ella.

En lo alto de las escaleras, aparece, con un vestido largo escarlata, con los hombros descubiertos, guantes rojos que le llegan hasta el codo, tacones, y acompañada de su padre: Lila, la homenajeada. Las luces suben, pero no mucho, solo lo suficiente para ver. La orquesta comienza a tocar un vals, ambos bajan, los que estamos presentes les abrimos un espacio, hacemos un círculo alrededor de ellos. Comienzan a bailar. Don Gerardo baila con su seriedad habitual, con unos pasos matemáticamente calculados, como si sus piernas fueran metrónomos. Lila, elegante, sigue los pasos de su padre, con un rostro sereno... Deja escapar una sonrisa y empieza a tararear la melodía. Así se mantienen por unos minutos.

La música se detiene. Aplaudimos. Ambos hacen una reverencia, y don Gerardo pide un micrófono.

-Muchas gracias a todos por venir esta noche. Es una gran alegría para nuestra familia contar con la presencia de personas tan queridas en esta noche tan especial. Y ahora, tengo el honor de ceder mi espacio en la pista a alguien muy especial para mi hija: un hombre que la conoce desde pequeña, jugó con ella, y llegado el momento se hicieron una promesa muy especial el uno al otro. El hombre del que estoy hablando es...

"No soy yo, ¿verdad?"

-...Tobías, quien es el prometido de mi hija.

"Lo sabía."

Todos levantan la mirada. Del piso superior desciende, cual príncipe azul, el mentado Tobías. Viste un traje de gala negro, camisa roja y corbata negra. Es alto, muy bien parecido, cabello negro, ojos azul verdosos. Si fuera rubio, sería el perfecto estereotipo de un supermodelo europeo.

Desciende con elegancia. Toma la mano de Lila y de inmediato los músicos empiezan a interpretar una salsa. Las palabras de Lila me vienen a la mente: "es un buen hombre, muy atento, educado, elegante y caballeroso, guapo, tiene 21 años y sabe bailar muy bien". No mentía. Se ven perfectos juntos.

Juro que volveréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora