CAPÍTULO 3

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Eveline

Kimberly no deja de repararme con la mirada como si estuviera viendo a un maldito fantasma. Se ve igual que siempre; lleva el cabello recogido en una coleta y va al natural, sin maquillaje, resaltando sus pecas.

—Volviste... —murmura—. No sabía que estabas aquí.

No sé qué decir.

—Mi avión aterrizó ayer.

Asiente y se me queda mirándome, a la expectativa.

—Yo... Te eché de menos —suelta.

Una leve sonrisa curva mis labios.

—Yo también.

Se aclara la garganta.

—¿Te gustaría tomar un café? Digo, si no te molesta. Yo invito.

No estaba en mis planes, pero... Miro la hora. A decir verdad, no tengo nada qué hacer por ahora y puedo hacer una excepción.

—Claro —acepto.

Sonríe.

—Andando entonces.

Nos echamos a caminar en dirección contraria al edificio. Conversamos mientras caminamos por la calle.

—Estuviste en Londres, si no me equivoco... —dice.

—Así es.

—¿Qué tal el clima?

—Me tomó tiempo, pero logré acostumbrarme a la llovizna.

La lluvia y el frío son tan comunes en Londres. Me tomó tiempo adaptarme, pero lo hice.

Para cuando me doy cuenta, ya estamos entrando en una cafetería y tomamos asiento sobre una de las mesas que se sitúa contra la pared.

El camarero viene a tomarnos el pedido. Voy por lo sencillo; un latte. Kimberly, por otro lado, pide un espresso junto con un trozo de cheesecake.

—Entonces, ¿qué cuentas?

Me encojo de hombros.

—Trabajé en una empresa dedicada a la arquitectura en Londres. No era muy grande, pero participé de proyectos que se hicieron importantes y por eso estoy aquí.

—¿Trabajas en Moore Enterprise?

—Sí. Fue una propuesta de trabajo excepcional.

—Felicidades.

—Gracias —digo—. ¿Qué hay de ti?

—¿De mí? —ríe.

Asiento con la cabeza, a la expectativa.

»Bueno... No hice nada interesante a decir verdad. Ahora mismo estoy pasando mucho tiempo con mi familia, ellos ahora están aquí en Manhattan, han venido a visitarnos.

—Tu familia —repito.

—Así es.

No puedo imaginar cuántos son.

—¿Tu familia vive en Italia?

—Gran parte de ella, sí. Pero a veces deciden tomarse unas vacaciones aquí en Nueva York y de paso nos visitan. Deberías conocerlos, ellos son geniales.

Ambas nos quedamos en silencio. ¿Conocerlos? ¿Yo? En mi cabeza se ve como algo poco posible. Kimberly se remueve sobre su asiento y en ese momento el camarero llega con nuestros pedidos, ambas le agradecemos y se retira.

—Lo siento, creo que hablé demás —se disculpa.

—No te disculpes. Estaré encantada de conocerlos si se me presenta la oportunidad.

Todo Por TiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora