Música de jazz suave resonaba por cada rincón de la tienda, las baldosas eran de un brillante color blanco que en conjunto con la iluminación y los coloridos anuncios publicitarios hacían del supermercado un lugar tranquilo. Los carritos de compra a los que siempre les fallaba alguna rueda y las canastas de un brillante metal plateado, el sonido de los tacones sobre las baldosas, los niños más pequeños usando abrigos de colores vibrantes y persiguiendo a sus madres con una caja de galletas en las manos. Sus ojos se centraron en la escena de una madre con sus dos hijos, el menor estaba sentado en la silla del carro de compra mientras que la mayor escogía de entre las tantas cajas de cereal.
—Mami, llevemos este —dijo la niña, tenía el cabello trenzado.
—No, no, yo quiero de ese —el más pequeño hizo un puchero mientras señalaba con su manita una caja de color rojo.
—Nooo, ese no me gusta —reprochó la hermana en el mismo tono.
—Ya, ya, niños. Llevaremos los dos —la madre, con una sonrisa en el rostro, tomó ambas cajas de cereal y las puso en el carrito para después irse a algún otro pasillo.
Nunca se dieron cuenta de la presencia del azabache, cuyos ojos seguían clavados en ese lugar. Como si estuviera soñando despierto, recordando algo.
—¿Blake? —interrumpió Baaya con voz dulce, el moreno se viró hacia ella.
—D-Dime, Baaya —dijo sonriendo.
—Encontré el té que le gusta a James —dejó una caja blanca con bordes dorados y un rectángulo verde oliva en el centro que resaltaba el nombre de la marca en el carro de compra—. ¿Estás bien?
—Claro, claro, no pasa nada —se puso a ver las cajas de cereal preguntándose cuál sería mejor para esa semana. Se viró hacia la mujer con las cejas arqueadas—. ¿Qué cereal les gustaría?
—A Miharu le encanta el de chocolate —respondió sonriente.
Blake tomó una caja color marrón con letras amarillas enseñándola a la mujer quien asintió. El moreno sonrió y dejó el producto en el carro. Sacó la lista de compra que tenía en el celular, tachando el cereal.
—¿Falta algo más? —preguntó Baaya acomodándose las gafas de media luna. Blake negó.
—Parece que tenemos todo, ¿Quieres que llevemos algo más? —negó— Bien, entonces vayamos a pagar.
Tomó el carrito, Baaya iba un par de pasos adelante.
Sus ojos azules se cristalizaron de manera discreta.
Al llegar a la caja, Blake pagó por todo y entregó unas monedas a la persona que le ayudó a embolsar los productos en esa bolsa negra de tela, tenía un delicado bordado de orquídeas. Guardaron las compras en el portaequipajes de la camioneta que condujo el moreno por las calles de Boston.
Los edificios se iluminaban poco a poco con luces blancas que se reflejaban en las ventanas y sólo las partes superiores de los más altos recibían las caricias del atardecer. Las calles seguían concurridas, algunos iban en bicicleta y otros a pie, podían verse personas que vestían carteles publicitarios sobre su pecho y los clubes nocturnos comenzaban a tener largas filas. Afuera estaba el sonido de los motores, en el interior de aquel Cadillac sonaba la radio pública que anunciaba las noticias más recientes con intermedios donde ponían canciones populares.
Baaya se quedaba viendo por la ventana.
Blake condujo hasta una pizzería que tenía un toldo rojo brillante y luz cálida en su interior.
—¿Será buena idea? —preguntó Blake.
—Nosotros nunca rechazamos la idea de pizza para la cena —respondió con una sonrisa que acentuaba las arrugas de su rostro.

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el chico de ojos verdes
Roman d'amour💚 ; después de trece años, el destino entrelaza los caminos de James y Blake, dos almas marcadas por el paso del tiempo y que han enfrentado los altibajos de la vida. James, un arquitecto de renombre y padre soltero que se ha cerrado al amor t...