2. Contrato de arrendamiento

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Trataba de asimilar su situación, intentando recordar qué hacia en ese sitio y cómo había llegado pero cada esfuerzo resultó en vano.

Recordaba haber estado revisando unos archivos y ahora, en un abrir y cerrar de ojos estaba allí, de pie, sin embargo no se atemorizó.

Miró a su alrededor intentando reconocer algo pero tampoco resultó productivo. Notó entonces que a pesar de lo grande del sitio sólo se encontraban ellos tres.

–Camila Vázquez Cisneros.

–¿Eh?

Alguien clamó su nombre y tras encontrar el origen de aquella voz vio a una elegante mujer llamándola. La cuarta persona en la sala.

–Síganme por favor.

Fue hasta ese entonces que el joven junto a ella comenzó a avanzar deteniéndose al ver que Camila permanecía en su sitio.

–Debemos ir los dos.

No obstante, como si su cuerpo comenzara a reaccionar tras los efectos de una anestesia, se sintió reacia a la situación. ¿Cómo es que sabían su nombre? ¿Quiénes eran estas personas?

Creyó que si hacía lo que decían, estaría entrando a la boca del lobo.

El miedo finalmente comenzó a hacerse presente y ello la motivó a mirar a su alrededor nuevamente. Logrando localizar lo que creyó que era la salida. Corrió en su dirección sin importarle que estuviese usando tacones.

–¡AYUDA! –Gritó creyéndose en la calle pero grande fue su sorpresa al verse de nueva cuenta en la misma recepción.

Sin saber cómo reaccionar permaneció en su sitio con la respiración entrecortada, alarmada cual conejo arrinconado.

Aquellas tres personas la miraban expectantes hasta que la recepcionista, quien le había dado la bienvenida, sin poder resistirlo más soltó una sonora carcajada.

–¡Karla! –Reprendió aquella elegante mujer.

–Lo siento señora –Soltó encogiéndose de hombros.

–Camila, –llamó nuevamente aquella mujer– sé que ahora estás asustada, pero puedes creerme cuando te digo que estás donde debes estar. Si me acompañas podré explicártelo todo con más detenimiento.

No obstante en su interior la alarma seguía encendida, lo cual la hizo dar un respingo al retumbar en sus oídos el timbre de un teléfono.

–Departamento de registro del tiempo, le atiende Karla, ¿en qué le puedo servir?... No, el alma de ese caballero no ha llegado todavía. Sí, en cuanto arribe le haremos de su conocimiento.

Fue entonces que aquellas palabras hicieron mella en ella. ¿Alma había dicho?

Y fue entonces que lo recordó.

–¡Ah! Sí. Yo morí. –Y una sensación extraña la inundó.

El llanto se hizo inminente y con los ojos cristalizados se deslizó hasta caer al suelo suavemente intentando asimilar su situación. Le fue imposible.

–Es normal que te cueste trabajo aceptarlo, –pronunció la voz de aquella elegante mujer– tu muerte fue repentina y traumática. El choque suele alterarlos pero ya te acostumbrarás. Lo mejor es que nos acompañes. –Reiteró.

Una especie de tristeza y melancolía entremezcladas comenzaron a hacer mella en su estado general, pero a nadie pareció importarle, o al menos eso creyó hasta que vio que en los ojos de aquel joven se asomaba algo que le pareció reconocer como compasión.

MEMENTO MORIWhere stories live. Discover now