Prólogo

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La farola iluminaba el camino asfaltado.

El vaho y el humo se mezclaban en el aire frio.

Pasaron unos segundos antes de que alguien reaccionara. Un grito desgarrador cruzó la noche.

La chica que se había acercado corriendo al cadaver hincó las rodillas en el charco de sangre llorando.

-No. Por favor.- lloraba.

-Voy a llamar a la policía.- dijo uno de ellos.

-¿Estás loco?- le gritó alguien. -Ha sido sin querer.-

-Asesino.- gritó la chica que sostenía la cabeza ensangrentada del cuerpo entre sus manos.

-A ver, que no cunda el pánico. Llamamos a la policía y le contamos lo que ha pasado, ¿está bien?- dijo una chica.

-Para ti es fácil decirlo, tu no lo has matado.- contestó el asesino llevandose las manos a la cabeza y despeinandose el pelo.

-Los accidentes ocurren,- dijo la voz de la chica que rara vez hablaba-, algunas veces tienen solución, otras no.- miró al supuesto asesino-. Y este es uno de los accidentes que no tienen solución, pero siempre se puede arreglar.-

Todos se miraron sin saber a qué se refería en realidad y ella les miró con esa sonrisa neutral que siempre tenía en la boca.

-Llamemos a la policía.- dijo otra persona del grupo de adolescentes.

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