Tomas

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El sol de la mañana golpeó mis ojos y el sonido del canto desafinado de los pájaros rompió mis oidos.

Abrí poco a poco los ojos, el derecho estaba demasiado hinchado.

Estaba tumbado en un montón de hojas y hierba desde dónde podía escuchar la corriente del río.

Me intenté incorporar, lo cual no me resultó tarea fácil. Todo mi cuerpo estaba dolorido por la paliza que me habían dado el día anterior, o tal vez me la dieron en la madrugada de aquel día. Cuando conseguí sentarme apoyé mi espalda contra el tronco de un árbol. Me toqué los bolsillos del pantalón en busca de mi movil, pero como es obvio, no lo tenía. Me lo habrían robado antes de dejarme tirado.

Miré el cielo rosado del amanecer y suspiré, aun que hacer eso también me dolía. Los ojos se me fueron cerrando poco a poco hasta que acabé por quedarme dormido.

Me desperté cuando alguien, con su fino dedo, me hundió el moflete.

Frente a mí una chica morena me miraba sería y luego me sonrió.

-¿Qué miras?- intenté decir, pero al parecer la mayor parte de mi cara estaba hinchada. Ella no me respondió,  solo se digno a quedarse mirándome, sentada sobre sus talones, de cunclillas con sus pequeños ojos de color café.

Busqué en los bolsillos de mi chaqueta y saqué una cajetilla de cigarrillos y un mechero. Me coloqué entre los labios un cigarro y lo encedí. Aquella chica me continuaba mirando.

-¿Quieres?- le ofrecí dándole el cigarro. La chica me sonrió y lo agarró,  le dio una calada y me lo devolvió sonriendo. Le di una calada al cigarro y eché el humo por mi boca despacio sin dejar de mirar a aquella chica de pelo oscuro y rizado.

Ella se levantó haciendo crujir una pequeña rama y me miró desde arriba tendiendome la mano. Sonrió y me pareció una sonrisa amable y cálida. Acepté su mano y, con su ayuda, me conseguí levantar del suelo.

-¿Me puedes ayudar a ir a mi casa?- pregunté-. Esos cabrones me han dejado hecho una mierda.- ella sonrió amable.

Cojeando por el camino de tierra llegamos a un descampado, la entrada del paseo del río, que había detrás de unas casas. Notamos el asfalto bajo nuestros pies y poco a poco la distancia entre mi casa y yo iba acortandose.

La chica no hablaba, solo caminaba en silencio sujetandome y mirando al frente. Parecía concentrada en el camino, pero su mirada estaba perdida más allá. 

-Esta es mi casa.- dije cuando llegamos al portón blanco. Saqué las llaves de un bolsillo interno de la chaqueta y abrí la puerta-. Pasa.- la invité.  Ella caminó a mi lado. Seguía sujetandome y me ayudó a sentarme en el sillon de la solitaria sala de estar. Suspiré y ella me dedicó una sonrisa acariciandome el pelo castaño oscuro con sus dedos. Mi estómago rugió y me di cuenta de que no había comido desde el mediodía del día anterior.

-¿Me puedes traer algo de la nevera?- le pregunté un poco avergonzado. Ella me sonrió y asintió con la cabeza. -La cocina está a la derecha.-

La chica se alejó haciendo bailar sus curvas definidas por unos pantalones leguins negros. Eché la cabeza hacia atrás y suspiré mientras escuchaba el abrir y cerrar de cajones en la habitación de al lado.

-¿Qué buscas?- pregunté. Por la puerta asomó ella sonriente con un cartón de leche y volvió a meterse en la cocina. Me di cuenta de que tenía una sonrisa en la boca y me llamé estúpido.

La chica volvió con un sandwich y un café con leche, los cuales comencé a tragar con ganas.

-Me llamo Tomas.- me presenté mientras le daba otro mordisco al sandwich de jamón y queso. La chica me sonrió como contestación a mi presentación.

El timbre del teléfono de la chica comenzó a sonar.

-¿Si?- contestó. Alguien al otro lado de la linea le dijo algo y luego cortó, se levantó del sillón y me dió un beso en una mejilla.

-Adiós.- le dije sorprendido. Ella se despidió con la mano. Escuché como cerraba la puerta al salir y sus pasos apresurados por la calle hasta que se fue.

Entonces miré a mi alrededor, la casa estaba vacía y el silencio la gobernaba. Me levanté del sillón dejando el plato y el vaso sobre la mesa, caminé hacia mi habitación, me acosté en la cama con cuidado y cerré los ojos.

El tono del teléfono de casa sonó estrepitosamente en mis oídos. Me dolía la cabeza. Alargué la mano para coger aquel cacharro y leí en la pantalla: "Emilie". Contesté con desgana.

-¿Qué pasa, Emilie?- pregunté.

-¿Dónde estas?- dijo su voz al otro lado de la linea.

-En mi casa, en mi cama.-

-¿Estas bien?- me preguntó preocupada.

-Sí. Tengo media cara hinchada y me duele todo el cuerpo, que a pasado de ser color carne a morado, pero por lo demás estoy bien.-

-Estaba muy preocupada por ti. ¿Cómo se te ocurre enfrentarte tu solo a ellos?-

-No soy un crío, no me digas lo que debo o no hacer.-

-Pues lo pareces, Tomas.-dijo enfadada. Le hubiera contestado pero estaba demasiado cansado para discutir. Hubo un silencio bastante largo, el cual fue roto por Emilie.

-Entonces imagino que no puedes venir a la casa de Mag hoy.- me dijo.

-Tal vez, dame unas horas y a lo mejor voy.- contesté.

-Son las ocho de la noche, Tomas.- miré rapidamente la hora del teléfono. -De todas formas, es mejor que te quedes en casa descansando. Buenas noches.- la linea se cortó.

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