Helen

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Gimnasia, la asignatura que más odiaba.

Mi coordinación era nula y por más que me esforzaba por llegar la primera en las carreras y no parecer un pato mareado al correr, mi nota no subía del cinco.

Por eso y porque queria ponerme en forma, había quedado con Robert con la esperanza de que hiciera desaparecer toda mi patosidad.

Robert era un chico más o menos de mi estatura, con el pelo castaño oscuro y los ojos café. Su blanca y perfecta sonrisa estaba enmarcada por unos labios rosados que ya habían besado a muchas chicas. Su cuerpo estaba bien definido por el continuo entrenamiento.

Cuando llegué a las pistas vi a Robert sentado en las gradas esperándome.

-Hola.- le saludé con una sonrisa mientras dejaba mi pequeña mochila de Nirvana junto a su bolsa de deporte.

-Ya era hora. He estado quince minutos esperandote.- me riñó.

-Lo siento, salí tarde de casa.- me excusé.

-Bueno, no importa. ¿Estas preparada para la paliza de hoy?- me preguntó frotandose las manos con gesto malvado.

-¿Paliza?- dije sorprendida-. No se tu, pero yo vengo ha hacer deporte, no ha recibir palizas.- me reí. Él me volvió a mostrar sus blancos dientes acompañando a aquella sonrisa con una carcajada.

-¿Qué hacemos primero?- le pregunté estirándome.

-Correremos una vuelta a la pista y si todavía sigues en pie seguiremos con una segunda vuelta.- me comentó intentando apartar la vista de mis pechos.

-Pues no perdamos el tiempo.- le dije corriendo a la pista-. ¡Vamos!- le llamé. Él corrió hacia donde yo estaba y corrimos juntos.

Robert se acoplaba a mi ritmo sin ningún esfuerzo mientras hablaba conmigo tranquilamente sin esperar una respuesta por mi parte. La gente nos adelantaba, incluso un grupo de niños de unos ocho o nueve años. Al acabar la primera vuelta, casi sin aire, me apoyé en una barandilla y paré a recobrar el aliento.

-Tenemos que trabajar esa resistencia.- dijo riendose-.¿Estas bien?-

-Sí.- jadeé-.¿Podemos descansar un momento?- le pregunté.

-¡Claro! Sentemonos en las gradas.- dijo cogiendome del codo para ayudarme ha caminar.

Cuando me recuperé un poco Robert me acercó una botella de agua ofreciéndome beber de ella.

-No tienes resistencia.- comentó.

-Y tu tienes un problema.-reí.  Sabía que lo había dejado contrariado, no se esperaba aquella respuesta a su comentario.

-¿A qué te refieres?- dijo con el ceño fruncido.

-Robert, eres demasiado guarro.-

-No te entiendo.- dijo mirándome. Suspiré.

-Robert, eres incapaz de no ver de manera pervertida a una chica.-

-¡Mentira!- exclamó.

-¡Venga ya! Hace un momento tenías que hacer un esfuerzo enorme por apartar la vista de mis tetas.-

-Es que son demasiado... prominentes.- se rió.

-Te debería de ver un psicólogo.- le aconsejé entre risas.

-Soy un tio de dieciocho años, ¿qué esperas?- se encongió de hombros-.¿Otra vuelta?-

-Vale.-

Aquella vuelta me parecía más cansada, pero intenté aguantar al final.

Llegábamos ya a la linea de salida, estaba eufórica, no me había tropezado ni una vez ni estaba corriendo cual pato mareado. Pero claro, esto lo pensé demasiado pronto. Los cordones de mis deportivas se desataron y pisé uno de ellos. Caí al suelo raspandome la rodilla dejando a Robert hablando solo. Grité de dolor y me mordí la lengua mirandome la herida sangrante.

-¡Helen!- gritó Robert corriendo hacia mi. -Joder, qué patosa.-dijo mirando mi herida sin saber qué hacer.

-Duele.- jadeé. Nuna he aguantado bien el dolor. Robert dió unos gritos y una chica se acercó corriendo.

-Tenemos que llevarla a las gradas, estamos en medio de la pista y estorbamos.- informó. Con su ayuda, Robert me levantó del suelo y consiguió sentarme en las gradas de piedra.

La chica morena, era muy mona, su cuerpo no era atlético y tenía unas curvas de infarto. Se agachó frente a mi con sus pantalones de deporte cortos y con una gasa me limpió la herida. Mientras me quejaba de dolor me fijé como Robert observaba minuciosamente el cuerpo de la chica con ojos de pícaro. Cuando la chica acabó de limpiarme la herida guardó la gasa en una bolsita y me colocó una limpia encima de la parte dañada y la sujetó con esparadrapo.

-Gracias.- le dije. Ella sólo me sonrió como si yo no supiera nada, su mirada parecía burlarse de mi.

-Muchas gracias, de verdad.- dijo Robert antes de que la chica se fuera. Ella le sonrió a él también de la misma forma. -Por cierto, ¿cómo te llamas?- preguntó. La chica enseñó sus blancos y perfectos dientes.

-Dakota.- contestó ella.

-Gracias, Dakota. Por cierto, ¿me das tu número de teléfono?- tartamudeó Robert. Solté una carcajada al presenciar aquel intento de ligar de mi amigo. La chica, Dakota, le volvió a sonreír y, tras recoger el botiquín de primeros auxilios de donde había sacado las gasas, se fue caminando hacia la oficina de la pista.

-Creo que la has espantado.- le dije entre risas a mi amigo que continuaba mirando por donde se había ido la chica. -Eres un salido.-

-No me digas que no estaba buena.- dijo mirandome.

-Era mona.- afirmé.

-Y tenía un culo...- dijo sentandose a mi lado. -¿Puedes mover la pierna?-

-Prefiero esperar un poco.- le dije.-No puedes ir por ahí pidiendo el teléfono a las chicas.-

-¿Por qué no?-

-Porque huyen.-

-Me ha sonreído.-

-Eso no quiere decir nada.- le dije. Robert suspiró y se tumbó sobre la fría piedra de las gradas con las manos bajo la cabeza.

-Ayer Emilie me dijo de ir a su casa.- comentó Robert.

-¿Para qué?- pregunté.

-Va ha hacer una fiesta, ya sabes, sus padres se divorcian y lo quiere celebrar.- dijo cerrando los ojos.

-Es verdad, me comentó algo.-contesté.

Robert y yo nos quedamos en silencio hasta que los pasos casi inaudibles de Dakota, lo rompieron.

Robert seguía con los ojos cerrados mientras que yo los tenía abiertos como platos. La chica de las curvas me sonrió y yo le di a Robert una palmada en la frente que lo hizo abrir los ojos y sentarse.

-¿Qué diablos haces?- consiguió decir antes de reparar en la chica morena. Dakota con una sonrisa le entregó un papel que Robert cogió confuso sin dejar de mirarla a los ojos. Por última vez la chica enseñó sus blancos dientes y se fue por dónde había venido.

-¿Qué es?- le pregunté a mi amigo.

-Es... su número de teléfono.- exclamó sonriente.

-Mira por dónde has ligado.-me reí.

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