La nana y el jardinero II

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Normalmente para salir a trabajar solía ponerse un vestido negro, labial rojo, arreglaba su cabello y ya se encontraba listo para a educar El Adversario, Destructor de Reyes, Ángel del Pozo sin Fondo, Bestia a la que llaman Dragón, Príncipe de Este Mundo, Padre de las Mentiras, Vástago de Satán y Señor de las Tinieblas por los oscuros caminos demoníacos. Otros días, como el de hoy, cuando su humor lo acompañaba llevaba su transformación un poco más allá y cambiaba de físico, también aprovechaba para lucir zapatos con tacones y medias con encajes. Esos días eran más divertidos y aprovechaba para divertirse un poco tentando al personal de la mansión de los Dowling.

Esa mañana habían salido a comer al jardín con el joven Warlock y como era de costumbre, Crowley le daba todo lo que el pequeño Anticristo de siete años deseaba, tortas, dulces, pasteles, sin ninguna restricción concedía todo los sus deseos.

Quizás por esa ausencia de límites era que la relación entre ellos era buena o mejor de lo que hubiera esperado el demonio cuando golpeó la puerta de los Dowling por el empleo. Parte de esa pérdida de límites también veía reflejada en las atribuciones de su trabajo, además de encargarse de su educación a menudo lo ayudaba con algunas de sus travesuras. No habían sido pocas las veces en las que el cocinero descubrió que le faltaba comida o que en la heladera se había descompuesto comida porque alguien la había desconectado, incluso sus padres habían tenido algunos inconvenientes con sus tarjetas de crédito y las compras internacionales, la última adquisición de una par de armas semiautomáticas había hecho sentir particularmente orgullosa a su nana. La única vez en que le tuvo que levantar la voz fue cuando, por molestar al Hermano Francis, destrozó todas las plantas; pero eso claro está había sido algo de carácter personal.

Luego del almuerzo lo alentó a que fuera de nuevo a la casa, seguramente las mucamas ya hubieran hecho los cuartos por lo que era el momento perfecto para ir a saltar sobre las camas y destrozar las habitaciones, con suerte vomitaría y también tendrían que limpiar los baños. Se sonrió ante la idea de las chicas de la limpieza, en lo que iba del año habían tenido que contratar nuevo personal al menos cinco veces.

Acomodó su cabello y aprovechando la cama, retocó su labial. Sabía que al menos tendría una hora libre o incluso un poco más mientras el pequeño Anticristo hacía de las suyas en la mansión ¿qué podía hacer con ese tiempo?

Miró a Aziraphale, o mejor dicho el Hermano Francis, quien se encontraba rodeado de personas, hablando y sonriendo a cualquiera que pasara cerca de él. A veces pensaba que era demasiado amable con todo el mundo. Chasqueó la lengua y miró quienes se encontraban en el jardín. Tras descartar el plan A, era hora del plan B, tentaciones. Rápidamente su mirada se fijó el el par de chicos que se acercaban a recoger los platos del almuerzo. Los miró de arriba a abajo y sonrió ampliamente, ya había encontrado con qué pasar el rato.

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La mañana para el Hermano Francis había sido bastante ajetreada, ante el cambiado de estación recientemente había tenido que cambiar las plantas del jardín por unas más resistentes al frío y las heladas. Fue un trabajo arduo pero varios miembros del personal de los Dowling siempre estaban dispuestos a ayudarle por lo que las tareas se volvían más disfrutables pero entre charlas y risas a menudo le llevaban más tiempo del que quisiera.
Se despidió de todos en el jardín y tras juntar sus herramientas las llevó al cobertizo que se encontraba detrás de la mansión. Abrió la puerta y de inmediato palideció, tan pronto como pudo reaccionar se dio vuelta y cerró la puerta de un golpe -¡Di-disculpen no pretendía interrumpir! - tartamudeó el Aziraphale cubriéndose el rostro con las manos sintiendo como sus mejillas se teñían de rojo. Esa imagen demoraría en irse de su cabeza.

Allí adentro se encontraba Crowley con dos de los chicos que trabajaban en la cocina y si bien no parecía que estuvieran haciendo algo en ese momento les faltaba poco.

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