Capítulo #1

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Hoy era un día soleado y mi marido siempre iba a cazar algún que otro conejo en el bosque a estas estancias del momento, él y nuestro hijo, mientras yo me quedaba con mis padres y mis abuelos para poner más leña en el fuego ya que no queríamos que se apagara, porque ahora más que nunca cuesta intentar encender el fuego.

Últimamente teníamos más hambre, menos comida que llevarnos a la boca y creo que no soy yo la única que culpa a los tres príncipes del reino por esta hambruna. Por lo que sé son príncipes jóvenes que sólo miran por ellos mismos y a quienes les rodean en vez de mirar por el pueblo, una razón por la cuál pienso que no deberían gobernar en un futuro estas tierras.

Con la cesta llena de ramas medianas que llevaba en mis manos las iba transportando al fuego, poniendo de uno en uno cada rama a la pequeña fogata que se había formado, viendo cómo estos hacían que el fuego creciera más y más, pudiendo mirar de reojo a mi abuela sentada en una roca, tejiendo con total naturalidad como hacía desde que tuvo uso de razón.

Aquí cada uno tiene su fuerte, por llamarlo de alguna manera su "don"; el de mi abuela es el de tejer y se encargaba siempre de hacernos las mejores mantas para el frío, el de mi abuelo es el de talar, encargado de mantenernos todos calientes en las noches más frías, el de mi padre es el de cosechar ya que al tener un terreno legalmente suyo pudo permitirse sembrar bastante variedad de alimentos, el de mi madre es el de comerciar vendiendo productos que podríamos ofrecer al resto cuando a nosotros nos sobraban, y el de mi marido y el mío es el de cazar, aunque de maneras diferentes.

De pronto veo a lo lejos a un niño correr lleno de entusiasmo y gozo, gritando de alegría  mientras trae en sus manos dos conejos muertos.

—¡Madre, madre! ¡Mire lo que he cazado hoy!

Se acerca a mí y estira sus brazos para que pueda ver con total claridad aquellos conejos que había cazado, o al menos según él. Miro al frente, justo detrás de mi hijo y pude sonreír a más no poder; era mi esposo con dos lanzas a cada mano, teniendo algo de sangre en su camisa.

—¿Es eso cierto, Danilio? ¿Es nuestro hijo quien se ha convertido hoy en todo un cazador? —Le digo a mi marido sin quitar la sonrisa de mis labios, consiguiendo darle un beso de bienvenida una vez que está delante mía.

—Así es, mi mar, yo solo tuve que enseñarle cómo lanzar la lanza, el resto lo ha hecho él.

Así era como me llamaba, "Mi mar", nos conocimos en la orilla del mar cuando mi padre me enseñaba a pescar, en cuanto a él, mi ahora esposo, ya era todo un experto. Siempre me contaba historias sobre el agua, el mar y todo lo relacionado con ello, me enamoré de él por cómo percibía el mundo ante las metáforas de su afán por el agua, tanto que hasta me convenció en nombrar a nuestro hijo; Océano.

—Bien, pues ya es hora de que le enseñe yo a quitarles la piel. —besé de nuevo sus labios y caminé con mi hijo hasta el fuego, cogiendo un cuchillo para así sentarnos y enseñarle todo lo que debía aprender.— ¿Han habido muchos animales?

—Cada vez menos. —se acerca mi marido y se pone a nuestro lado, sentado en una roca cogiendo también un cuchillo, aunque era para pelar las papas que mi padre había cosechado.— Pero siguen habiendo, Petra, no te desanimes, siempre tendremos monedas para ir a comprar al mercado.

En el mercado había todo tipo de cosas; frutas, verduras, pan duro, pescado, carne de vez en cuando, baratijas y ropa algo usada. Mi madre ahora estaba vendiendo en el mercado junto con mi tía la mitad de las cosechas que mi padre cultivaba, aunque con las monedas que ganábamos con las ventas no entiendo cómo hace unas semanas teníamos más cantidad y ahora no tenemos lo suficiente, no había cambiado nada excepto la cantidad de dinero que recibíamos.

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