Miré hacia detrás para ver por última vez el rostro de mi esposo, del traidor de mi esposo cuando demostró que no le importaba si me hacían daño o no. Su cara al verme ir con ellos fue de preocupación, de temor, pero sus palabras sonaron sinceras y ni siquiera me había mirado cuando lo dijo. Me dolía, mi pecho ardía nuevamente porque sé que hoy perdí a mi familia, a mi hijo, y también a mi esposo.
Según fui arrastrada por el jinete, los demás también nos siguieron, haciendo que me taparan el camino de detrás para no mirar, escuchando de fondo gritos masculinos, gritos desgarradores que terminaron según habían transcurrido unos largos segundos.
Murió, había sido asesinado como el resto.
Después de aquello hubo silencio.
...
Habían pasado toda la tarde después de aquello, justo anocheciendo y no habíamos parado ni un solo momento para comer, descansar, hacer nuestras necesidades o siquiera conversar, al contrario, todo el camino era silencio, y lo agradecí porque sabían que ni siquiera iba a hablar con ellos después de lo que pasó. Con suerte lo único que hicieron conmigo era jalar de mi cabello y hacerme caminar un largo tramo, no sabía a donde iba, no sabía lo que querían de mí, pero eso ya no importaba porque no tengo a más nadie en éste mundo, no tengo nada por lo que vivir así que en definitiva no le tenía miedo a nada, ya no.
Tenía la cabeza agachada en todo momento, y no porque estuviera triste ya que el hambre no me dejaba pensar en otra cosa, tenía sed, quería comer y beber un trago de agua, rezaba para que esto fuera una simple pesadilla. Esta era la décima vez que me pellizcaba el brazo y supe al fin que esto era más que real, que no saldría jamás de éste infierno.
—¡Abrid las puertas!
Oí desde el fondo, escuchando un ruido bastante fuerte y algo agudo por el choque de metales, haciendo que poco a poco levantara la cabeza hasta dejar la vista al frente y abrir los ojos de par en par. No sabía qué era exactamente, era como un mural que estaba compuesta por muchas piedras juntas hasta llegar a lo más alto, formándose como en una especie de refugio que parecía ser que la gente vivía dentro, ya que una vez esa tabla de madera estába echada abajo se podía ver una multitud de gente dentro y trabajando, no entendía nada, ¿aquí era donde vivían? ¿en rocas unidas y formadas en refugio? ¿tendré que vivir aquí? Si es así me negaré rotundamente.
—Bienvenida al castillo de Antora, campesina. —dijo el jinete que estaba a mi lado, aún jalando de mi cabello para que no me escapara.
—¿Cas-Castillo?
—Sí campesina, castillo, el sitio donde viven los Reyes, príncipes y sus esclavos. —sonríe con orgullo y egocentrismo, mirándome de reojo como si le pareciese divertido.
Nos adentramos en el castillo según mencionado junto con los demás, escuchando cómo se oía de nuevo esos metales moverse para subir las tablas de madera que bloqueaban el acceso al lugar. Miré a mi alrededor, todos me miraban confusos, con indiferencia o con asco, y eran como yo, no tenían armadura, no tenían nada de valor sobre sus pieles, eran campesinos y me miraban como si fuera diferente, eso era lo que más me sorprendía.
—¡Mauro!, es un alivio que ya hayas llegado, el príncipe requiere tu presencia. —dijo lo que parecía ser un niño con armadura, un adolescente que le quedaba grande la vestimenta metalizada a el hombre que aún me sostenía el cabello con fuerza.
—Ja, ¿cuál de ellos?
—Ya sabes quién. —el muchacho tragó saliva y todos quedaron en silencio, parecía que el innombrable era respetado.
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Edevane
Historical FictionAño 1246 d. C. 𝐸𝑙 𝑅𝑒𝑖𝑛𝑜 𝑑𝑒 𝑙𝑎𝑠 𝐺𝑒𝑚𝑎𝑠, gobernado por un rey benévolo e inteligente, quien dió semejante nombramiento a su reino en honor a lo valiosa que fue su conquista, entre ellas su más noble y carismática esposa. La reina dió a...