¡Víveme!

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“Víveme sin miedo ahora,

que sea una vida o sea una hora. 

No me dejes libre aquí desnudo, 

mi nuevo espacio que ahora es tuyo. 

Te ruego… 

Víveme sin más vergüenza, 

aunque esté todo el mundo en contra. 

Deja la apariencia y toma el sentido, 

y siente lo que llevo dentro.”

(De “Víveme” de Laura Pausini)

¿Habías conocido a alguien que pareciera tu mismo reflejo?...alguien con quien sintieras una total empatía, esa persona con la que el escudo, la armadura y la lanza; no fueran necesarias. El príncipe sin corcel, en la presentación de un hombre sin ganas de ser el blanco de tu atención pero sí de ser parte de tu vida. ¡Qué extraño suena eso!...”ser parte de tu vida”, hasta la fecha sólo había conocido hombres que tomaban parte de mi vida pero no que quisieran formar parte de mi libro.  Así llegó “El”, la Luna Roja fue testigo de algo que nació con el mismo misticismo y excepción que ella misma. De esos amores que nacen cada milenio, de esos amantes que se encuentran en algún año bisiesto, de esos labios que se toman como el arrecife que recibe a las olas…inevitable y violentamente.

Al paso de las pláticas, resolví un enigma universal: los hombres también necesitan ser reafirmado por alguien a quien quieren, un espacio o una palabra, su fragilidad reside en el silencio, de todo aquello que anhelan y la sociedad les ha arrebatado con sus constructos arcaicos de “sólo ser protectores”, mi “Él” ansiaba tanto como yo ser amado y sentirse el centro del Universo de alguien. Decisión importante, la encrucijada del dar – recibir para crear un mundo donde sólo “Él” y yo resurgíamos de nuestras raíces.

Las tardes de café eran tan desafiantes como las noches de música en el bar, su deliciosa “Burberry” inundándome los recuerdos y sus manos doblegándome la piel, ese es “Él”; quien se propone a desvestirme el alma con cada palabra en el “Whatsapp” o sus notas de voz con toda su variedad de risas, que teme alejarme por no gustarme o emboscarme a su lado oscuro. Todas las ocasiones en las cuales pude haberme enamorado, jamás se parecerán a ésta, en esta oportunidad soy una mujer que no requiere ser rescatada sino protegida con la suma de la ternura, sensualidad y constancia.

Las barreras que construí, se han destruido y ¡soy tan feliz!...trato de encontrar en mi memoria ese “click” exacto cuando “Él” también me mostró lo especial que soy en esta historia. Cómo ese día de octubre, decidimos romper nuestros esquemas y viajar a Real de Catorce, la carretera era corta contra el ritmo acelerado de mi corazón, pasando por cada escala y la mirada cómplice, al saber que sería un escaparate en nuestra memoria para toda la vida. La grandeza abrasante de los campos verdes, la lluvia generosa, las montañas con millones de historias y nosotros dos: la vida misma me regaló el privilegio de ser tan feliz tanto como yo quisiera y en ese momento yo tomaba la rienda. Ahí estábamos, frente al camino empedrado para llegar al Túnel “Ogarrio”, la oscuridad nos invitaba a ser parte de un pedazo de mundo. El aroma y el sonar de las gotas que trasminaban la vieja estructura por donde tantos mineros pasaron, hoy nosotros éramos turistas y San Luis Potosí sería testigo de un capítulo nuevo de nuestra historia.

La Parroquia de la Purísima Concepción, la Casa de la Moneda, el cementerio, la antigua Plaza de Toros y el Cerro del Quemado tuvieron que esperar para ser admiradas por mis ojos, pues estaba intrigada descifrando a mi “Él”, sólo bastó cerrar la puerta y nuestra acogedora habitación de ventanas de madera con vista al pueblo se vencieron ante nosotros; dándonos la oportunidad de amarnos y mezclarnos entre las colchas de estilo barroco. Su lengua era dulcemente impetuosa en explorar mi boca, yo no podía hacer más…era suya y así quería permanecer. ¡Esas manos!, alguna vez leí que la pareja perfecta era esa que cada vez que podía observar tu desnudez parecía como si estuviera presenciando la obra de arte del mismísimo Dios; no quedaba dudas, mi cuerpo se entregaba al placer de esas manos  que rodeaban  mis pechos con alevosía y ventaja de yo quererlo, ahora que no había más destino que nuestro sexo en llamas, mi cadera mandaba el mensaje que “Él” deseaba, quererlo dentro de mí para no soltarlo hasta desfallecer en la imprescindible hoguera a la que me había convencido. Sus mágicos dedos corrían como el aire por mis senos, besando cada parte de mi cuerpo ¡cómo no había de ser adorable! , la mezcla de amor y sangre caliente en el centro de mi Universo, su cuerpo dejándome alcanzarlo en la cumbre de un éxtasis que me hacía alcanzar las estrellas. Tomé el control, dejé ir a mis fantasmas, estaba ahí, sintiéndome tan suya y excitándome al movimiento de mi cuerpo, el vaivén y los mares de mi profundidad. Entre el corazón, el alma, la piel y mi cerebro vuelto loco con la dopamina…sólo podía resumirme a esbozos de palabras, nada más. Revolvía mi cabello como si de él, destellarán luces, luces de un orgasmo, de dos o de tres…perdí la cuenta.

Ahora yo era una mujer expectante de la luna y el sol, nuestro eclipse, vaciando en mí su deseo, conectándome para siempre con “Él”, no podía ver el futuro, no sabía si en una década estaríamos aún juntos pero hoy era mío. Sus labios me buscaban desesperadamente, su cuerpo se acomodaba perfecto y me rodeaban sus brazos, su amor me permitía sentirle el corazón sin necesidad de poner mi cabeza en su pecho. ¿Entregarme así, era amarlo?, tocar el cielo supongo que es así, no importa que tan alto puedas estar, siempre habrá una atmosfera que te recuerde que puedes alcanzar más y más, camino descalza por la habitación con mis piernas temblando tras aquel huracán llamado “Él” que arrasó conmigo y me dejó…feliz. Hoy me dio por ser tan libre como otros días, me levante desnuda de la cama, le regalé la postal de mi silueta fundiéndose con el sol del ocaso de mi amado Real de Catorce. Lo que me encanta de “Él”, es que me conoce tan bien que sabe que la postal tenía un precio; invitarlo a ponerse de pie y poner su mentón sobre mi hombro para susurrarme al oído: “eres hermosa, que afortunado soy, te amo y sé que soy correspondido”. Girar y darle un beso eterno, abrazarlo en la justa medida de alzar un poco mis piernas para alcanzarlo perfectamente, ver sus mágicos ojos sin sus lentes de pasta negra, sentir el calor que despide su existencia. Saberlo tan real, me vuelve loca y la más cuerda de las enamoradas. Se desplomaron ante mí sus muros, sus vidas siguientes tal vez sean en otros brazos, con otra piel y sin poder decir mi nombre, pero esta vida le brindó la oportunidad de encontrarme cuando yo no lo busqué.

Mi “Woodstock”, mi “Coachella”, la música fuera de la habitación y la maravillosa gente ofreciendo un recuerdo de aquel lugar cuyo nombre en mi piel recuerdo con esmero. Las sonrisas cómplices se encuentran en el “Café Azul”, dos crepas y dos cafés. El olor de la madera en la Parroquia, que coincidencia tan hermosa, ofrendar mi corazón a quien lo hizo latir ante los deseos de mi madre. Estaba en acuerdo con Dios, me entregó un respiro y yo le di la alegría de saberme contenta. Las lágrimas rodaron por mis mejillas al ver los “milagritos” de los anaqueles, cuanta Fe y devoción, la misma con la que meses atrás yo le pedía al mismo dueño de este lugar, para brindarme el deseo que busqué  en otros príncipes, que con el tiempo se convirtieron irremediablemente en sapos. El corazón se me hizo grande, las alas me sanaron y su mano tomaba de mí, para no separarse. La Casa de la Moneda fue un paso por la historia tan romántico, “Él” no dejaba de decirme lo bonita que lucía con mi vestido de rosas en tono pastel y mis botas marrones, las galerías de arte impactaban los sentidos, así debe ser el amor, capaz de crearte para ser mostrado al mundo de la única manera en que puede ser mostrado: maravillosamente hermoso.

El cementerio con sus grandes paredes de piedra maciza, tenía una gran puerta de forja con grandes espacios por los cuales podías observar los vestigios de tradiciones y costumbres, flores de plástico azules con plateado, la solemnidad del lugar me hizo recordar mi pasaje por un puerto parecido, el hospital. Los caminos empedrados y la vista de la antigua Plaza de Toros desprendían una energía formidable, “Él” lucía fabuloso con sus jeans acompañados de sus “vans” color negro y su sudadera de su grupo de rock favorito. La noche se avistaba, era tiempo de volver, no pudimos contenernos al atravesarse un improvisado mostrador con cerveza, música entonada por huicholes y unos imperdonables tacos. El “Mesón de la abundancia” nos esperaba mañana para nuestra cena romántica y el mercado para tomar un pedacito de mi Real de Catorce.

Ese era mi “Woodstock”, mi “Coachella” y mi “Él”; abrazandome a un paso de la eternidad a través de la historia, de las huellas de un horizonte.

Tres días, una vida para mí y el amor, ¿esto es para siempre?... ¡Sí!, es sólo convencerme, “Él” ya está aquí. 

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