Solo tenía dos alternativas: confesarlo todo o salir huyendo del coche. Él miraba por la ventanilla de su izquierda mientras yo jugueteaba con la llave del contacto. Parecía enfrascado en sus pensamientos mientras yo me dedicaba a retorcer nerviosamente el envoltorio de un caramelo sin saber qué hacer ni qué decir.
Había sido una tarde increíble, al igual que las tres últimas. Desde el primer día que me llamó para quedar, supe que me metía en terreno pantanoso, pero no había podido negarme. Estábamos a finales de agosto y todos los demás se habían ido de vacaciones, así que tampoco había muchas opciones. Al principio, los dos nos mostramos algo cortados. Hacía mucho tiempo que no quedábamos solos y nos costaba encontrar conversaciones que se alargaran más allá de tres frases. Pero enseguida volvió a surgir la conexión que siempre habíamos tenido, las risas, las bromas, la complicidad... Uno de los grandes dones de Harry era conseguir que todo aquel que estuviera a su lado se sintiera cómodo y especial. Incluso a personas que acababa de conocer las trataba como viejos amigos, y eso infundía una agradable sensación de seguridad que te permitía relajarte. Y yo me estaba relajando demasiado. Sabía que debía tener cuidado, que aún quedaban muchos fuegos sin apagar y que cualquier soplo de aire, por pequeño que fuera podía reavivarlos.
-Mira –dijo al final volviéndose hacia mí-, tenemos que hablar.
Permanecí con la mirada clavada en el papel de brillantes colores. No me atrevía a volverme hacia él.
-Adriana, mírame, por favor…
Levantó mi cara empujándome con suavidad del mentón y clavó sus preciosos ojos color verde sobre los míos. Me miraba tan fijamente que me sentía desnuda. Pero no podía apartar la vista. Estaba atrapada. Supuse que era el fin, que no había nada que pudiera hacer para escapar. La foto de Holly que tenía en mi mesilla, con su preciosa melena rubia, su amplia sonrisa y ese gesto de no haber roto nunca un plato, se coló por un instante en mi pensamiento.
Harry me acarició la mejilla con la palma de su mano. El contacto de su tibia y suave piel hizo que me estremeciera. Entonces se fue acercando lentamente hacia mí. Sentía el calor de su aliento cada vez más fuerte sobre mi cara. Colocó su mano en mi nuca y me empujó con delicadeza hacia sus labios, que rozaron los míos.
Nos sobresaltó un pitido proveniente del móvil de Harry, era ella, Holly, ambos los sabíamos muy bien, él le tenía asignado un sonido especial a ella. Holly, su novia y unas de mis mejores amigas. Holly, tan inocente, tan encantadora y tan buena. No podía hacerle eso.
-Contesta –le dije-. Yo ya me subo.
-¡Espera! No te vayas…
Pero yo ya tenía medio cuerpo fuera del coche. Me miraba suplicante; sin embargo, la voz de Holly, que seguía sonando en el móvil, disipó en mi cualquier atisbo de duda.
-Cógelo, hablamos mañana…
Subí los escalones de dos en dos y me adentré en el soportal que separaba los cuatro bloques que forman mi urbanización. Me senté en un poyete de piedra, donde Harry no podía verme. Necesitaba recobrar el aliento.
¡Maldito Harry! ¿Qué debía hacer ahora? ¿Llamar a Holly y contarle lo que había ocurrido? Pero ¿qué iba a decirle? ¿Qué Harry me había cogido de la mano? ¿Qué había estado jugueteando con mis dedos? ¿Qué había rozado sus labios con los míos? ¿Qué había empezado a hablar de <<nosotros>> refiriéndose a mí y no a ella? Él siempre podría excusarse argumentando que le había malinterpretado y yo terminaría siendo la culpable, como había ocurrido tantas y tantas veces en otras historias.
Sentía un hormigueo en el estómago y de vez e cuando me recorrían escalofríos. ¿Sería posible que Harry estuviera planteándose tener algo conmigo? Y, en caso afirmativo ¿qué era lo que pretendía realmente?, ¿entraba en sus planes dejar a Holly? No podía negar que la idea de estar con él me seducía, aunque no había forma de hacerlo sin desatar una terrible tempestad. Tenía que intentar por todos medios mantener mis sentimientos bajo control, pero si él seguí acercándose tanto, iba a ser imposible.
Mientras ordenaba mis pensamientos, me dirigí hacia casa. Al entrar en el portal descubrí con sorpresa que había algunas cajas de cartón apiladas, de distintos tamaños y con diferentes letreros, entre las que sobresalía una funda de guitarra y un enorme teclado. Parecía que algún vecino se estaba mudando, aunque era un poco extraño que lo hiciera a esas horas de la noche. Oí a alguien que silba desde la escalera, en el piso inferior, que correspondía al garaje. Era una melodía que me resultaba extrañamente familiar; sin embargo, no fui capaz de identificarla. No sabría decir si era triste o si es que aquella insólita noche me había llevado a un estado de caos mental, pero algo muy adentro de mí se conmovió. Un sentimiento que era incapaz de describir invadió lo más profundo de mi ser y, mientras esperaba en el ascensor, noté un nudo en el estómago.
Aun así, la sensación desapareció de golpe en cuanto la melodía cesó. Entré cuando las puertas se cerraban a mis espaldas y la luz del descansillo se apagaba. Observé mi aspecto en el enorme espejo. Me vi sorprendentemente pequeña, como si fuera una niña. Pero también me sentí fuerte, fuerte porque había estado a punto de conseguir lo que llevaba soñando mucho tiempo, lo que nunca debería haber deseado.
Las puertas del ascensor de detuvieron de pronto y volvieron a abrirse. En el espejo vi una enorme bota negra que se interponía entre ellas. Cuando quise darme cuenta, de la oscuridad surgió un tipo de aspecto inquietante. Llevaba unos pantalones negros, de esos que van por dentro del calzado, como los de policía, y una camiseta de tirantes que dejaba ver un enorme tatuaje en uno de sus morenos brazos. Su rostro quedaba semioculto por su pelo alborotado. El corazón seme detuvo. ¿Y si me atacaba? Cogía el Iphone del bolso con disimulo, marqué el 122 y dejé el dedo sobre el botón de llamada para presionarlo ante la menor señal. Sin embargo, él ni siquiera pareció reparar en mi presencia. Miraba con curiosidad el techo, como si le interesara enormemente lo que allí pudiera haber. No había pulsado ningún piso, así que supuse que se dirigía al último, como yo; pero allí solo estaba mi casa. La de enfrente llevaba vacía desde que yo era muy pequeña. Mi madre decía que muchos años atrás había vivido una familia; aunque yo no la recordaba.
Después de lo que se me hizo una eternidad, por fin llegamos al tercero. Él salió sin despedirse. Si no fuera porque en un metro cuadrado era imposible no percatarse de la presencia de alguien, habría pensado que no me había visto. Mejor. La única puerta que compartía el descansillo con la mía estaba abierta y otro puñado de cajas como las del portal impedía que se cerrase. Desapareció dentro de aquella casa mientras yo hacía girar con manos temblorosas la llave de la cerradura. <<Ojalá sea el chico de las mudanzas y no el nuevo vecino>>, pensé antes de cerrar la puerta tras de mí.