No volví a pensar en él. Tampoco es que hubiera tenido demasiado tiempo. Apenas había parado por casa, pues intentaba aprovechar al máximo los últimos días de vacaciones antes de empezar el que imaginaba iba a ser el curso más duro de mi vida, el último año de instituto.
Así es que, cuando lo vi de lejos entre el barullo de gente que atravesaba el vestíbulo en el primer día de clases, me llevó un momento reconocerlo. Me sorprendió encontrármelo allí. Parecía demasiado mayor como para estudiar todavía Bachillerato, y eso que la ropa que llevaba aquel día le hacía más joven. A pesar de que aún apretaba el calor, se había puesto una camisa de manga larga, que ocultaba su inquietante tatuaje.
No sería exacto decir que iba peinado, pero sí que la rebeldía que reinaba en su cabello en nuestro primer encuentro parecía estar algo más controlada. Andaba despacio por el pasillo, con el mismo característico contoneo, las manos en los bolsillos, los auriculares en los oídos y la mirada clavada en el suelo. Con esa ropa, sin el tatuaje a la vista y el pelo domado, parecía buen chico.
<<Tal vez le hayas prejuzgado por sus pintas –me dije a mi misma-. Si es nuevo, le vendrá bien conocer a alguien>>. Así que me dirigí hacia él con la intención de hacerle algo más fácil su primer día en un nuevo instituto. Entonces, levantó la vista y clavó sus inquietantes ojos morrones en mí. A pesar de que su mirada no era ni mucho menos amable, sonreí y le saludé con la mano. Sin embargo, en lugar de responder con algún gesto de cordialidad, me ignoró como si no me hubiera visto y giró noventa grados para enfilar el pasillo que llevaba a la cafetería.
Me quedé tan desconcertada que no sabía si ir hasta él y reprocharle el desaire o hacerme la tonta y fingir que no había ocurrido nada.
-¿Qué haces aquí sola, Adriana?– me preguntó Holly al verme parada en mitad del pasillo-. ¿Aún no sabes en que clase te ha tocado?
No, no lo sabía. No había tenido tiempo de consultar los listados que colgaban en los tablones. Me dirigí hacia ellos con la rabia apretándome el estómago.
-A Amy y a mí nos has tocado juntas –dijo Holly- ¡Y tenemos a la Miss de tutora!
La Miss era una de las profesoras más jóvenes del instituto. Impartía lengua. Le habían puesto ese mote porque, según la leyenda, cuando ella era alumna del instituto, se presentó a un concurso de belleza y se llevó el premio de Miss Simpática. Olivia, que ese era su verdadero nombre, aunque destacaba por su belleza, se caracterizaba sobre todo por mostrar una extraordinaria ironía y acidez cuando alguien no se comportaba bien o no respondía correctamente a sus preguntas. Sin embargo, era de lo más enrollada con los buenos estudiantes, y tanto Amy como Holly lo era.
Como siempre, Holly había tenido suerte. A mí nunca me habría podido tocar con ninguna de mis amigas, dado que ellas habían elegido la opción de ciencias sociales mientras que yo iba por arte. Tampoco es que la Miss me cayera demasiado bien, pero sin duda era una de las mejores tutoras que te podían caer.
-A nosotros nos ha tocado Izquierdo de tutor- dijo una vocecita detrás de mí. Era Philip, uno de los alumnos más brillantes del instituto. Llevaba una medida de sobresaliente y era un autentico empollón. Solía hacer la pelota a los profesores y le costaba prestar apuntes. Al menos, eso era lo que contaban, porque no había vuelto a coincidir con él desde tercero. Ya era mala suerte tener a izquierdo de tuto como para encima tener a Philip en clase. Ahora, por su culpa, todos los profesores iban a poner el listón muy alto.