Capitulo 64

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Respiró hondo varias veces antes de volver a sonreír y tocar la puerta. Era la quinta vez que lo intentaba y para él era demasiado extraño que nadie le abriera, los niños lo miraban por las ventanas pero no hacían nada, no se escondían muy bien, solo lo miraban con tristeza y quizá, solo quizá, con miedo. Aunque seguramente lo último era solo obra de su retorcida imaginación.

Se acomodó nuevamente la corbata del traje para mostrarse presentable, los lentes de contacto le daban algo de picazón, no recuerda cuando fue la última vez que necesito usar un disfraz para obtener cualquier información.

Intento una última vez tocar la puerta pero cuando fue a golpearla esta se abrió dejándole la mano en el aire. Sin embargo delante de sus ojos no había nadie.
Despacio metió la cabeza por la puerta y miro a ambos lados dentro, no había rastro de nadie.
Genial, cada día estaba más loco.

No obstante entro al edificio sin miedo, tenía una calibre 22, de un solo movimiento podría sacarla y en el peor de los casos tan solo dejar salir el cuchillo dentro de su manga a su mano. Aunque prefería el contacto cuerpo a cuerpo, prefería a su vez mil veces estar a 100 metros de otra persona capacitada y bien armada.

Puso una mano sobre la bolsa que llevaba consigo, para tener más acceso, y comenzó a caminar despacio al interior, no sin antes cerrar la puerta de tras de sí.

Saco su arma sin vacilar cuando escucho pasos a su derecha y apuntó sin quitar el seguro aún.

—Imbécil lo asustas. —Escucho una voz en tono bajo y entonces escondió el arma de nuevo.

Por un momento había olvidado el lugar en el que estaba, no era una zona de guerra o cualquier área hostil, no era más que un orfanato.

En silencio se acercó a las voces.

— ¿Viene por nosotros?

—No debiste abrir estúpida.

— ¡Yo no fui! Juan le abrió.

— ¡Yo no hice nada! Dile Sara, estabas conmigo.

—Quizá fue el viento... —Exclamó apoyándose en el pilar cerca de los niños.

— ¡Ven, yo no fu...! —El niño, cuyo nombre suponía era Juan se le quedó viendo durante varios segundos para luego dar un salto hacia atrás y tapar con sus brazos a sus tres amigos. Le dio algo de ternura su acción.

—Tranquilo, tranquilos. —les hablo con voz serena, como cuando su hermana lloraba cuando era pequeña. —Mi nombre es Mariano, soy agente social...

— ¡Es de ellos! ¡Maniobra evasiva! —grito una de las niñas antes de que los cuatro salieran corriendo de su vista.

A pesar de ello él no era cualquier persona así que de un simple trote logró alcanzar al niño pelirrojo. Le tomo de la remera y este comenzó a forcejear con él mientras de sus ojos caían lágrimas.

— ¡Suélteme! —gritaba sin parar.

— ¡Tranquilo! Explícame chico, por favor dime a que le temen, no comprendo, soy nuevo en este trabajo, ¿por qué les doy miedo? —El niño se calló de inmediato y lo miro a los ojos.

—Llévame a mí, pero no te los lleves a ellos. Quedamos pocos, por favor déjelos, somos los únicos que cuidamos de los pequeños, los que quedan al menos, por favor déjelos aquí. —sollozo al final, sus labios temblando y el agarre de sus manos forcejeando, ahora eran un simple toque. —Por favor...—suplico.

—Pequeño... —Él se arrodilló frente al niño. —Yo no me voy a llevar a nadie de aquí, a nadie. Ni a ti, ni a tus amigos, ni a los bebés. A nadie. —afirmó. —Necesito que me digas porque lo crees así, y si es posible me lleves con la persona a cargo de este lugar luego de eso. ¿Está bien? —tendió su mano al más chico y le sonrió.

Mis hermanastros sobreprotectoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora