1. Cruce de caminos

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Hay historias que no valen la pena ser contadas, historias que se urden como telarañas cuyos hilos intricados revelan una creación espeluznante y hermosa al mismo tiempo. La de Ítalos Larim es una de esas historias.

Lo curioso es que su vida, toda su vida, pudo haber sido distinta. Hubo un momento que marcó a Ítalos y de tal forma que si ese instante hubiera sido distinto, el resto de su relato también lo hubiera sido. No todas las personas tienen la suerte o la desdicha de tener un momento definitorio, pero él lo tuvo y fue devastador y, al mismo tiempo, muy simple.

Lo curioso fue que ese momento no fue determinado por él, sino por otras personas. Todo dependió de quién llegara primero a ese cruce de caminos donde se acurrucaba un niño andrajoso y desvalido. Quién lo encontraría primero.

Dos hombres iban a pasar por allí en distintos tiempos. Uno de ellos lo podía llevar a su salvación y el otro, por un sendero oscuro y sin retorno.

Si alguien iba a envilecerlo, eso podía hacerlo cualquiera pero en cierta forma, no había nadie más idóneo que el malvado Ureber. Él era el peor de todos.

Y si alguien iba a salvarlo, no había nadie mejor que el sabio Dalim, pero la tormenta hizo que tomara una ruta distinta y se perdiera tratando de entender hacia dónde debía ir. Si alguien lo iba a salvar, no hubiera habido nadie más idóneo que el mejor de todos.

Pero el peor llegó primero.

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